La soledad madura.
Mira… yo no es que esté sola, es que estoy independiente de compañía humana. Que suena más moderno, ¿no? Como esas etiquetas de los yogures light.
La gente me dice: “¿Y no te sientes sola?”
¿Sola? Por favor… si mi nevera me contesta cada vez que la abro. Bueno, contesta con un vacío existencial… pero contesta.
Lo curioso de la soledad madura es que cambia de sabor. Cuando eres joven y te quedas sola en casa, dices: “Qué libertad, puedo andar desnuda comiendo pizza en la cama”.
Ahora, si hago lo mismo, al día siguiente me despierto con ardor, contractura en la espalda… y una rodaja de pepperoni pegada en la cadera. El glamour tiene fecha de caducidad.
Eso sí, la soledad tiene sus ventajas:
Nadie me discute qué serie ver… aunque Netflix ya se ha dado cuenta y me recomienda cosas tipo: “Mujeres que hablan solas” o “Cómo hacerte compañía a ti misma”.
Nadie me quita el edredón en la noche. Bueno, a veces sí…..
La gente cree que estar sola es triste. ¡Triste es estar acompañada y desear la soledad! Yo me acuerdo de estar en pareja y pensar: “Si lo estrangulo ahora, ¿me pillarán?” Ahora lo único que pienso es: “Si me muero aquí, ¿cuánto tardarán en encontrarme?
Pero no os preocupéis, estoy bien. He hecho las paces con la soledad. La trato como a una roommate invisible:
—Oye, soledad, baja la voz que estoy intentando dormir.
Y ella me dice:
—Perdona, es que tus pensamientos gritan mucho.
Así que nada, aquí estoy: madura, sola… e irónicamente acompañada. Porque si la nevera, y Netflix cuentan como amigos, yo estoy más que rodeada.
Autor : Pilar Sánchez.

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