Tras la liberación.
En 1945, tras la liberación del campo de concentración de Mauthausen, los niños supervivientes recibieron algo aparentemente simple: un par de zapatos nuevos. Pero para ellos no eran solo protección contra el frío o el suelo áspero. Eran el símbolo de algo más profundo: seguridad y pertenencia.
En el campo, todo les había sido arrebatado: ropa, objetos personales, identidad. Allí reinaban el desorden, el miedo y la incertidumbre. Por eso, cada noche, antes de dormir, aquellos niños alineaban sus zapatos uno al lado del otro. Era un gesto sencillo, pero cargado de sentido: comprobar que al despertar seguirían allí, que nadie se los quitaría, que lo que era suyo permanecería bajo su cuidado.
Un superviviente recordaría años después: “Los alineábamos para que siguieran allí por la mañana”. Esa rutina, casi un ritual, no era trivial. Era una forma de recuperar el control, de reconstruir confianza en un mundo que se había quebrado.
La historia de los zapatos alineados nos recuerda que sobrevivir a una tragedia no consiste solo en tener alimento o refugio. También implica recuperar la autonomía, la dignidad y la esperanza, incluso a través de los objetos más cotidianos.
En cada par de zapatos, cuidadosamente colocado junto al otro, había algo más que cuero y suelas: había una promesa silenciosa de futuro.
Datos Históricos.
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