“Mi amigo no me salvó… pero me acompañó hasta que me salvé”

 


No fue el que más hablaba, ni el que decía “aquí estoy” todos los días. Pero fue el que nunca se fue, incluso cuando yo no tenía fuerzas ni para pedir ayuda.

Nos conocimos por casualidad, como suelen comenzar las mejores amistades. Al principio eran risas, planes, bromas tontas. Pero con los años, nos dimos cuenta de que la vida también traía caídas… y que ahí es donde se prueba el corazón de un amigo.
Él no trató de arreglarme. No me dio discursos. Solo se sentaba a mi lado, a veces en silencio, a veces con un “yo también pasé por eso”. Y en ese silencio compartido, en esa empatía sin juicio, encontré más alivio que en mil consejos.
Una vez le pregunté por qué se quedaba, si yo ya no era el mismo. Me miró y dijo: “Porque no estoy aquí por lo que eres en tus peores días, sino por lo que sé que eres en tu esencia”.
Y entonces entendí. La verdadera amistad no se basa en lo que das, sino en lo que resiste contigo cuando ya no puedes dar nada.
Hoy que estoy mejor, que vuelvo a reír, que vuelvo a soñar, sé que fue gracias a mí… pero también gracias a él. Porque a veces, lo que te salva no es un héroe… es un amigo que se sienta contigo en medio del caos y te dice: “No te voy a soltar”.
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