HALLOWEEN 2.025

 



La primera vez que la familia visitó la que sería su nueva casa, Juli se mostró entusiasmado. Era grande, ahí le sobraría lugar para sus juegos.

Cecilia no compartía la alegría de su hermano. Para ella, mudarse significaba cambiar de escuela, dejar atrás a sus amigas y a ese chico que tanto le gustaba. Los padres, por su parte, estaban satisfechos porque habían adquirido la propiedad a muy buen precio. Juli recorría los cuartos gritando a voz en cuello, le encantaba escuchar el eco que producían las habitaciones vacías. —¡Papá! ¡Mamá! ¡Miren lo que encontré! La voz del niño provenía del sótano. Alarmada, Amanda corrió en su busca —¿Qué haces aquí, Juli? Este lugar puede ser peligroso. —Mira. El niño señalaba una vieja mecedora, cubierta de polvo y telarañas, que se hallaba, tumbada de lado, en un rincón oscuro. El padre se acercó y la observó con ojo crítico. —Parece en buen estado. Sólo necesita limpieza y una mano de barniz. Sin decir más, cargó la mecedora sobre su espalda y subió las escaleras. —¿Dónde la piensas poner? —preguntó su esposa. Mientras recogía el almohadón que había caído al suelo. —En la galería de atrás. Estoy seguro de que, cuando mi madre venga de visita, le va a encantar sentarse en ella. Amanda hizo un gesto de disgusto, la sola mención de su suegra bastaba para agriarle el humor. Al poco tiempo, la familia se instaló en la casa.

Atardecía. Juli salió a jugar a la galería. A poco, regresó llorando, visiblemente asustado. —Hay alguien en la mecedora — dijo entre hipo y tos. Cecilia se echó a reír. —Estás loco, Juli. La madre salió a ver. Allí no había nadie. Dos noches más tarde, Cecilia despertó de madrugada, creyó oír el sonido del vaivén de la mecedora, proveniente de la galería. Intrigada, la muchacha se asomó por la ventana. Lo que vio la dejó paralizada de terror. Una mujer pálida y delgada, se mecía suavemente. El grito de Cecilia despertó al resto de la familia. Amanda fue la primera en llegar junto a su hija. La aparición señaló a la mujer con un dedo huesudo y se desvaneció en el aire. Amanda y su Cecilia se abrazaron temblando, sin dar crédito a lo que acababan de ver. Unos días después, el hecho de repitió. Esa vez, toda la familia fue testigo. La aparición de hallaba de pie junto a la mecedora. Señaló el asiento y luego, volvió a señalar a Amanda. Hecho esto, se esfumó. —¿Es un fantasma? —preguntó Juli con más curiosidad que miedo. —Lo que sea, parece querer algo —opinó Víctor. —Es la mecedora, eso quiere —dijo Cecilia. Víctor miró el asiento vacío. —Falta el almohadón. ¿Dónde está? Amanda desvió la mirada al responder. —Lo tiré a la basura, estaba viejo y sucio. —Quizás, eso sea lo que busca — dijo el hombre, a quien el fantasma no le había causado mayor impresión. La figura fantasmal se presentaba cada noche, para alterar el sueño de la familia. —Quiero irme de acá —dijo Cecilia —. Es horrible lo que pasa. No quiero convivir con un fantasma. Un —Es sólo una presencia espiritual, no nos ha hecho daño —opinó Víctor. —Hasta ahora, no, pero... ¿Qué pasaría si un día decide atacarnos? Amanda guardaba silencio. Tres días después de la última visita del fantasma, Amanda desapareció.

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En un lujoso hotel de Londres, una mujer bebe su té con la mirada fija en una fotografía. Desde la imagen, Cecilia y Juli le sonríen. En ocasiones, Amanda echa de menos a sus hijos. Pero las valiosas joyas que encontró ocultas en el almohadón, le abren las puertas de un mundo maravilloso, que está dispuesta a disfrutar. Además, los fantasmas no pueden viajar en avión... ¿O sí?

Escrito por Norma Duarte

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