CENIZA DE LEÑA .
En el rancho, todo tiene un uso.
Cuando terminaba la lumbre del fogón o del comal, quedaban las brasas apagadas y, entre ellas, la ceniza.
Para muchos hoy no es más que desperdicio, pero en la vida rural de antes, la ceniza era un tesoro que servía para curar, limpiar, cocinar, proteger las cosechas y hasta para el cuidado de los animales.
Nuestras abuelas sabían que la ceniza de leña guardaba minerales como potasio, calcio, magnesio y carbonatos, que no solo ayudaban en la limpieza, sino que también tenían propiedades para el cuerpo y la tierra.
Era un conocimiento heredado, transmitido de generación en generación, y que hoy, en muchos pueblos, todavía sigue vivo.
Cuando alguien se cortaba en el campo y no había botiquín cerca, se recurría a la ceniza limpia y fresca del fogón.
Se espolvoreaba directamente sobre la herida, y esto ayudaba a detener el sangrado y a proteger contra infecciones.
La ceniza actuaba como una barrera natural que secaba la sangre más rápido y evitaba que entrara suciedad o bacterias.
En casos de picadura de abeja o avispa, se mezclaba con un poquito de agua para hacer una pasta y calmar el ardor.
En algunos hogares, una pizca de ceniza disuelta en agua era un remedio de emergencia contra la acidez estomacal.
El carbonato presente en la ceniza ayudaba a neutralizar los ácidos del estómago, proporcionando alivio rápido.
Esto no se tomaba a diario, sino solo en casos puntuales, cuando no había acceso a otros remedios.
Las abuelas usaban agua con un poco de ceniza como enjuague para aliviar encías inflamadas o dolor en los dientes.
La ceniza ayudaba a limpiar bacterias y reducir la inflamación, y hasta se usaba para frotar suavemente sobre los dientes como blanqueador natural.
La ceniza, mezclada con grasa o aceite, se convertía en jabón casero.
Este jabón quitaba la grasa más difícil, limpiaba la ropa y desinfectaba utensilios de cocina.
El agua de ceniza también servía como un detergente natural para dejar la ropa blanca y suave.
En el rancho, ciertos alimentos como los chiles secos, el maíz para siembra o hasta trozos de carne curada se guardaban cubiertos de ceniza para evitar que la humedad o los insectos los dañaran.
La ceniza absorbía la humedad y actuaba como repelente natural de plagas.
Los campesinos sabían que la ceniza era rica en minerales que la tierra agradecía.
Se esparcía en los surcos para fertilizar, y también para ahuyentar plagas como caracoles o gusanos.
Además, al mezclarse con el suelo, ayudaba a equilibrar la acidez de la tierra.
En muchos pueblos, la ceniza no era solo una herramienta: era parte de la vida diaria.
Cuando un niño se lastimaba, la abuela o el abuelo tomaban un poco de ceniza y con toda tranquilidad decían:
"Esto es para que no se te infecte y se te cierre pronto".
Ese conocimiento no estaba en libros, estaba en la experiencia y en la memoria colectiva del rancho.
La ceniza de leña era el ejemplo perfecto de cómo antes todo se aprovechaba y nada se desperdiciaba, y de cómo la naturaleza ofrecía remedios y soluciones en las cosas más simples.
¿Y tú?
¿Recuerdas haber visto a tu familia usar ceniza para curar, limpiar o cuidar el campo?
Estas tradiciones no deben perderse, porque son parte de nuestra historia y de la sabiduría que nos mantiene conectados con la tierra.


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