Y luego... entonces sucede.
Y luego... entonces sucede.
Sucede que el tiempo se fija, como un viejo reloj que de repente decide bajar la velocidad de sus marchas.
Fue suficiente para que un rayo de luz del sol pasara por la ventana de la cocina, iluminando el polvo colgando en el aire. Me detuve a verlo, fascinado por ese lento baile de partículas doradas. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Espera un minuto? ¿Una hora?
Y de repente, lo entiendo.
Entendí que el tiempo no es esa bestia feroz que nos devora, sino que nosotros lo devoramos, masticando vorazmente sin siquiera probarlo.
Más despacio.
Es un acto de rebelión, como cuando éramos niños nos paramos a ver a las hormigas construir su mundo, desconscientes de las voces que nos llaman para un aperitivo.
Decidí rebelarme hoy.
Hice café con moca, esperando escuchar su burbujeo familiar. Puse la mesa, sí, lo hice, no la taza habitual apoyada en el mostrador. Miré por la ventana, conté palomas en el toldo, saboreé cada sorbo como si fuera el primer café de mi vida.
El mundo ahí fuera seguía corriendo, pero yo había creado mi propia burbuja de tiempo.
Esto es libertad real, me dije a mí mismo. No es hacer todo más rápido para tener más tiempo libre (que nunca llega). Libertad es decidir ser el dueño de tu tiempo. Para dejar que fluya a la velocidad que elegimos.
Bajar la velocidad no significa parar.
Significa recuperar los propios ritmos, redescubrir el placer de esperar, el sabor de la observación. Significa recordar que somos seres humanos, no máquinas programadas para producir.
Ahora estoy mirando el reloj.
¿Llego tarde al trabajo? Probablemente sí.
Pero por primera vez en mucho tiempo, me siento perfectamente puntual conmigo mismo.
(De la web) Wabi Sabi
Comentarios
Publicar un comentario