“El café de las 17:03”
En Estambul, cuando el sol empieza a bajar y tiñe el Bósforo de un dorado líquido, hay una cafetería diminuta en el barrio de Karaköy, tan escondida que ni aparece en Google Maps. No tiene letrero, solo una puerta de madera azul y el aroma inconfundible de café turco recién molido.
Ahí, cada día a las 17:03 exactas, Selim Demir servía el primer café de la tarde a una mujer que nunca dijo su nombre.
La primera vez que entró, ella estaba empapada por la lluvia. Selim le ofreció una toalla y un lugar junto a la ventana.
—Este asiento tiene la mejor vista del atardecer —dijo él.
—Entonces me quedaré aquí… hasta que deje de llover —respondió ella, con una sonrisa tímida.
Pero siguió viniendo, aunque el cielo estuviera despejado.
Nunca hablaban de mucho. Ella comentaba los colores del puente Gálata, él le contaba que aprendió a hacer café viendo a su abuelo. Con el tiempo, el silencio entre ellos se volvió cómodo, como si ya se conocieran desde antes.
—¿Por qué siempre a las 17:03? —preguntó él una tarde, mientras le servía la taza.
—Porque es la hora en la que mi madre y mi padre se conocieron —contestó ella—. Me gusta pensar que es una hora que trae suerte.
Selim nunca se atrevió a preguntarle más. No sabía si estaba casada, si vivía cerca o si era solo una viajera. Lo único que sabía era que su corazón esperaba cada día la manecilla del reloj acercándose a esa hora.
Una tarde de invierno, ella llegó con un cuaderno viejo. Lo dejó sobre la mesa mientras bebía su café. Selim vio que estaba lleno de dibujos de la ciudad… y que en la última página había un retrato suyo, inclinado sobre la cafetera.
—Es para ti —dijo ella—. No voy a volver por un tiempo.
Él intentó decir algo, pero ella se levantó, dejó unas monedas y se marchó antes de que pudiera responder.
Durante meses, Selim sirvió el café de las 17:03 para una silla vacía. A veces, algún cliente nuevo se sentaba allí, sin saber que ocupaba un lugar sagrado.
Un año después, recibió por correo un paquete. Dentro había un frasco de café turco, una postal del puente Gálata al atardecer… y un papel con una sola frase:
“El café sabe igual en cualquier lugar, pero solo aquí tenía tu mirada.”
Selim nunca supo dónde estaba ella. Pero desde entonces, cada tarde, a las 17:03, prepara dos tazas y las deja sobre la mesa junto a la ventana, por si algún día vuelve.
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