Te morirás primero.


Te morirás primero, ya lo sé.

No creas que me importa.

Me vestiré de gala,

con los tacones altos miraré las estrellas

y andaré por las plazas como si fuera fiesta.

Ya verás, cuando te mueras

irán nuestros amigos al entierro.

Habrán ramos, ofrendas,

un latido de pájaro golpeará las ventanas

y el altar se hará añicos durante el ofertorio.

Yo me pondré las gafas de no querer mirarte,

las de mirar el mar y verlo a mi manera.

Escucharé tus versos,

aquellos que escribiste antes de yo leerlos,

seguiré las estatuas

y me vendrá tu llanto y el amor que no tuve.

¿Te imaginas, amor?,

tú allí, muerto, tan solemne y tan quieto,

y yo un bullir de rosas en los bancos del fondo.

Yo, de rojo vestida, trenzas negras mi pelo

y las manos muy blancas acariciando espejos

por donde te has mirado.

Sin una sola lágrima.

Oculta por la pena que siempre fuera mía.

Pensando en tus caricias

y el júbilo perfecto de una siesta de sol

que nunca llegaría.

¿Te imaginas, amor?

Tus nietos, tus parientes,

y en el último asiento una hermosa muchacha

iluminado el arco de sus blancas axilas

por la luz de tus ojos.

Vendrán los oradores y hablarán de tu ingenio,

de tus muecas feroces,

de las horas amables en que ocupabas sitios,

lugares acordados.

Hablarán de tus gestos, de tu bufanda oscura,

del inconstante deleite de tu boca,

del mar que te ocupaba los momentos felices.

Llorarán los acólitos,

las vírgenes de plomo, los ángeles de cera…

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