Leonard Cohen,
Leonard Cohen era el tipo de artista que no se subía al escenario, se subía al cadalso.
Mientras otros buscaban hits, él escribía salmos modernos con whisky, cenizas y culpa.
No era Dylan, no era Lou Reed, no era ningún rockstar de masas.
Era un poeta maldito que eligió el camino más largo, más crudo, más honesto.
Publicó su primer disco a los 33 años, cuando otros ya llevaban Leonard Cohen, una carrera.
“Songs of ” (1967) fue un debut que parecía más un testamento que un álbum.
Su voz, grave y arrastrada, era un rezo con resaca. Inconfundible.
“Suzanne”, “So Long, Marianne”, “Bird on the Wire”… todas tenían algo de carta que nunca se envió.
Pero Cohen no era solo música.
Era novela, era política, era religión, era sexo culposo.
Se metió a un monasterio budista 5 años. Y cuando regresó, hizo uno de sus mejores discos: “You Want It Darker”.
¿Quién carajos hace eso a los 82 años?
Muchos lo conocieron por “Hallelujah”…
Una canción escrita en 1984, ignorada al principio, redescubierta por Jeff Buckley, prostituida después por Hollywood.
Pero la verdadera historia es que Cohen escribió más de 80 versos para esa canción. La podó como podaba su alma: a machetazos.
Murió en 2016, tres semanas después de que se fuera Dylan con el Nobel.
Pero Leonard no necesitaba premios.
Él ya había hecho lo imposible: convertir el dolor en belleza sin pedir perdón.
No fue un ídolo, fue un oráculo.
No fue un rockero, fue un sobreviviente.
Y su legado no está en los charts, está en la gente rota que lo escucha a las 3am.
Leonard Cohen no cantaba para todos. Cantaba para los que ya sabían lo que es perder.
Y por eso… se quedó para siempre.
Lo demás… es historia.
Web
Comentarios
Publicar un comentario