Diego Velázquez.


 El 5 de junio de 1599, vino al mundo en la ciudad de Sevilla, el pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, conocido como Diego Velázquez, maestro de la pintura universal, que será uno de los mayores exponentes de la pintura española, no sólo del barroco, sino de todos los tiempos, con reconocidas obras de excelente calidad.

Fue bautizado el 6 de junio en la iglesia de San Pedro de Sevilla. Sobre la fecha de su nacimiento, a decir verdad, no se conoce, aunque es bastante probable que naciera el día anterior a su bautizo, es decir, el 5 de junio de 1599, pues era costumbre bautizar a los recién nacidos el día después de su nacimiento.

Sus padres fueron Juan Rodríguez de Silva, nacido en Sevilla, aunque de origen portugués (sus abuelos paternos se habían establecido en la ciudad procedentes de Oporto), y Jerónima Velázquez, sevillana de nacimiento. Diego, el primogénito, sería el mayor de ocho hermanos, adoptó el apellido de su madre según la costumbre extendida en Andalucía, aunque hacia la mitad de su vida firmó también en ocasiones «Silva Velázquez», utilizando el segundo apellido paterno. Su padre era notario eclesiástico del Cabildo de Sevilla, circunstancia que le propició, desde su infancia, una temprana familiaridad con los libros y con personas de cultura.

Pasó sus primeros años en su Sevilla natal, donde desarrolló un estilo naturalista de iluminación tenebrista, por influencia de Caravaggio y sus seguidores. A los 24 años se trasladó a Madrid, donde fue nombrado pintor del rey Felipe IV y cuatro años después fue ascendido a pintor de cámara, el cargo más importante entre los pintores de la corte. A esta labor dedicó el resto de su vida. Su trabajo consistía en pintar retratos del rey y de su familia, así como otros cuadros destinados a decorar las mansiones reales. Su presencia en la corte le permitió estudiar al detalle la gran colección real de pintura que, junto con las enseñanzas adquiridas en su primer viaje a Italia, donde conoció tanto la pintura antigua como la que se hacía en su tiempo, fueron influencias determinantes para evolucionar a un estilo de gran luminosidad, con pinceladas rápidas y sueltas.

El reconocimiento como pintor universal se produjo tardíamente, unos doscientos años después de su muerte. Alcanzando su máxima fama entre 1880 y 1920, coincidiendo con la época de los pintores impresionistas franceses, para los que fue un referente. Manet se sintió maravillado con su obra y le calificó como «pintor de pintores» y «el más grande pintor que jamás ha existido». La parte fundamental de sus cuadros se conserva hoy en el Museo del Prado en Madrid.

El Ruedo Ibérico.


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