ANTES DE LA ESCRITURA, EXISTIERON LOS NUDOS.
Antes de las civilizaciones, antes incluso del dominio de la metalurgia, los seres humanos ya dominaban una habilidad esencial: el arte de anudar. Mucho antes de dejar rastros escritos, las comunidades primitivas empleaban fibras vegetales, tendones o cuerdas trenzadas para crear estructuras básicas, asegurar herramientas, levantar refugios y transportar objetos.
Lejos de ser simples amarres improvisados, muchos de estos nudos presentaban patrones repetitivos, algunos con simetría casi ritual. Se han encontrado evidencias arqueológicas de tejidos y cordajes en yacimientos de culturas ancestrales que demuestran no solo habilidad técnica, sino también sentido estético. Nudos entrelazados que combinaban funcionalidad con diseño, indicando que, incluso en la precariedad, el ser humano buscaba un orden más profundo en su entorno.
El macramé, en su raíz más primitiva, nace aquí: no como un arte decorativo, sino como una necesidad vital. Trenzar, anudar, tensar y soltar eran actos que conectaban directamente con la supervivencia diaria. Cada nudo podía significar la diferencia entre un refugio seguro o una estructura derrumbada, entre una presa cazada o una oportunidad perdida.
Además, en algunas culturas antiguas, los nudos adquirieron un valor simbólico: representaban pactos, alianzas, narraciones orales codificadas en patrones de cuerda. No hay que olvidar que, para civilizaciones como los antiguos quipus andinos, los nudos fueron registros de información, mucho antes de que la escritura dominara el relato humano.
Por tanto, el origen del macramé es también el origen de una forma de conocimiento. Cada nudo es testimonio de la inteligencia humana aplicada a lo tangible, al mundo real, sin intermediarios ni artificios.
Una habilidad que no dependía de jerarquías ni de tecnología avanzada: era conocimiento distribuido, disponible para todos aquellos capaces de observar, aprender y crear.
Redescubrir estos primeros nudos es recuperar una memoria olvidada: la del ser humano que no dependía de sistemas externos para garantizar su existencia. Un ser humano que sabía que, con sus propias manos, podía trenzar no solo cuerdas, sino caminos hacia la autonomía.
Tejidos Macrame
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