"Malditos bastardos" de Tarantino.

 Cuando alguien como Tarantino considera que escribió un personaje “demasiado complicado de interpretar”, algo huele a pólvora, genio y ego en combustión. Hans Landa no salió de una noche de inspiración: fue diseñado quirúrgicamente para incomodar, seducir y reventar la pantalla. ¿La primera opción? Michael Caine. Sí, ese señor británico que ha hecho más cine del que muchos han visto en su vida, pero que ya no tenía la edad para llenarse los pulmones con cuatro idiomas y una sonrisa que da más miedo que un arma cargada.

El casting de Christoph Waltz fue tan preciso que casi arruina la historia: si ese tipo no aparecía, Tarantino pensaba enterrar el proyecto. Literal. Porque cuando escribes un personaje como Landa, no estás haciendo un guion, estás dejando una trampa mortal. Y la ironía es que quien termina robándose la película no dispara primero: te desarma con palabras, cortesía y ese acento que convierte una cena en una confesión involuntaria.
¿La cereza venenosa? Michael Caine, lejos de molestarse, terminó ovacionando a Waltz. “¡Es la mejor interpretación de un villano que he visto en muchos años!”, dijo. Y si Caine lo dice con ese tono de leyenda viva, uno simplemente asiente y vuelve a ver la escena de la leche con más respeto que miedo.
La verdadera guerra fue actoral, y ahí ganó quien supo hablar muchos idiomas… incluyendo el del demonio con modales.
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