Los Hollywood Vampires .
Hollywood Vampires:
Crónica del club secreto del rock más salvaje de los años 70.
West Hollywood, años setenta. En lo alto del legendario Rainbow Bar & Grill, justo en el corazón del Sunset Strip, comenzaba cada noche un ritual que hoy suena más a mito que a realidad. No era un bar privado, pero sí había un rincón al que pocos accedían: el segundo piso, reservado para una hermandad que se autonombró, medio en broma, medio en serio, como los Hollywood Vampires.
La idea surgió de Alice Cooper, figura fundamental del hard rock y del shock teatral. Él mismo definía el único requisito para ser parte de aquel club: "beber hasta no poder más". La lista de miembros incluía a nombres que hoy se pronuncian con reverencia: John Lennon, Keith Moon, Harry Nilsson, Ringo Starr, Micky Dolenz, y, por supuesto, el propio Cooper. Más que un grupo de amigos, eran una especie de cofradía que compartía escenarios, excesos, ideas, vino y madrugadas sin memoria.
El ambiente en aquel segundo piso era casi de culto. Lo decoraron con lámparas de lava, cortinas pesadas, sillones gastados y una penumbra que les daba cierta privacidad. Era, literalmente, su cueva. Cooper y Moon tenían una llave que abría esa parte del Rainbow, y cuando las luces de la planta baja se apagaban, allá arriba la noche apenas comenzaba.
Keith Moon era el alma impredecible del grupo. Baterista de The Who, conocido por sus arranques teatrales, un día apareció vestido como mucama francesa: corset, medias, liguero y una charola en la mano. No era Halloween ni había motivo especial. Solo era Keith siendo Keith. En otras ocasiones, se vestía como cirujano, general o incluso como Hitler, en un desplante que aún hoy divide entre el horror y la anécdota. Dormía en ataúdes reales, uno de los cuales estaba en casa de Cooper. Moon decía que eran cómodos, y nadie se atrevía a discutirlo.
En ese grupo, John Lennon vivió uno de sus periodos más caóticos, el llamado "lost weekend", entre 1973 y 1975. Alejado temporalmente de Yoko Ono y radicado en Los Ángeles, compartía casa con Harry Nilsson. El refrigerador de ese hogar era casi un altar: únicamente había vino tinto y una hamburguesa olvidada desde quién sabe cuándo. “El vino es más importante que la comida”, decía Lennon. Y lo decía en serio. Las noches pasaban entre brindis, improvisaciones musicales, discusiones filosóficas y actos de autoexploración que muchas veces rozaban lo destructivo.
Nilsson, por su parte, llevaba un megáfono a las fiestas. Lo usaba como narrador no oficial de lo que ocurría. Si veía a alguien besando a otra persona, gritaba con voz marcial: "¡Atención! ¡Acto de infidelidad en el sofá izquierdo!" También tenía la costumbre de cantar canciones de cuna como si fueran punk británico. Era parte del espíritu del club: mezclar lo absurdo con lo entrañable.
No cualquiera podía ser vampiro. Había que resistir una noche entera de copas sin perder el conocimiento, sin vomitar, sin quejarse. Ese era el rito de iniciación. Y aunque muchos lo intentaron, pocos lo lograron. Se dice que Eric Clapton quiso unirse una noche, pero se quedó dormido en el sillón antes de la medianoche. “Demasiado temprano para nosotros”, sentenció Alice Cooper. Clapton no volvió a intentarlo.
La idea de “vampiro” no aludía al ocultismo, sino al estilo de vida: seres nocturnos, bebedores empedernidos, resistentes al amanecer, románticos del caos.
No escribieron sus historias en papel, pero las dejaron grabadas en los pasillos del Rainbow y en los testimonios de quienes aún sobreviven para contarlas.
Décadas más tarde, Alice Cooper resucitaría ese nombre como una banda tributo: Hollywood Vampires, junto a Johnny Depp y Joe Perry de Aerosmith.
El grupo ha grabado discos, hecho giras y rendido homenaje a los amigos caídos, aquellos que vivieron con intensidad brutal y dejaron atrás más que canciones: dejaron un espíritu.
Los Hollywood Vampires no fueron un club organizado ni una banda formal. Fueron una leyenda tejida en humo, risas, vino y acordes.
Un testimonio del lado más salvaje del rock, de esa etapa donde la vida se jugaba al límite y cada noche podía ser la última.
Un vampiro, después de todo, no necesita reflejo en el espejo. Su historia vive en las sombras que dejó detrás.
Web
Comentarios
Publicar un comentario