Una vieja prenda favorita.
Cuanto más vieja me pongo, más me siento casi hermosa- no mi cara, una cara común, puritana, sino mi cuerpo. Y tendré cincuenta, pronto, mi cuerpo se marchita, huesudo, y me gusta su rugosidad plateada, la piel que se afina, la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces, cosas que, si las viera una mujer joven, la harían gritar como en una película de terror, quedo convertida en bruja en un instante—si me inclino lo suficiente, puedo ver la piel fina de mi estómago frunciéndose y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.
Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha enteramente, por fuera, de eso, y haciendo el amor con la misma dignidad animal, el túnel todavía igual al interior de una bráctea color frambuesa.
De pronto me veo joven a mí misma al lado de esa octogenaria, me veo como su hija, mi carne suelta y drapeada muestra los ángulos largos de estos extraños huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.
Cuando era más joven, me veía a mí misma, a veces, como el tosco dibujo de una hembra— los pechos, el destello de las caderas de los años 40—
pero este grisáceo ser abollado es confortable como una vieja prenda favorita, es casi amable, ahora, para mí. Por supuesto, es el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar sobre este centavo de la suerte —cinco veces cinco años en su bolsillo. Quizás aún si me muriera, él no me vería fea.
A veces, ahora, bailo como humo chato sobre una chimenea.
A veces, ahora, creo que vivo en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje de acabar, no estoy todo el día acabando, pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.
Sharon Olds
Web
Comentarios
Publicar un comentario