54 minutos .

 


54 minutos que rompieron un matrimonio

… Estuvieron juntos 11 años. Se empezó a enfriar todo…
O sea, no el clima, sino la relación. Pero igual seguían — tranqui, sin grandes dramas…
Un día fueron juntos al cumpleaños del socio de él.
Claudia preparó su clásico postre de miel con ese toque especial de coñac…
Llegaron, subieron por ascensor. En el pasillo estaba oscuro — se había quemado la lamparita.
Tocaron timbre.
Claudia, con el postre en brazos. Pero justo —¡qué momento!— se le bajó una media. Apoyó el postre en una mesita del pasillo, se agachó para acomodarse.
— ¡Ehhh, mirá quiénes llegaron! — gritó el socio, re contento, al abrir la puerta.
Y lo agarró al marido de Claudia del brazo y lo hizo pasar al toque.
Pero a Claudia… no. Ni la vio.
La puerta se cerró.
Claudia quedó afuera. Con el postre en la mano.
Al principio le dio risa.
Pensó: “Ahora se van a dar cuenta que no entré, se van a preocupar, y van a abrir todos avergonzados...”
Hasta tenía pensada una frase graciosa para decir cuando la encontraran.
— ¡Delivery de postres! — algo así.
Y todos iban a largar una carcajada.
El postre pesaba, pero ella lo seguía sosteniendo. No quería arruinar el chiste…
Pero pasó el tiempo. Y nadie (¡nadie!) preguntó: “Che, ¿y Claudia?”
Y lo peor: su marido. ¿Cuántos minutos hacía que había entrado?
Y tan campante. Como si nada. Ni una señal de que le faltaba alguien a su lado.
Todo bien con todos.
Con o sin esposa — todo igual.
Un hueco. Un vacío.
Claudia sostenía el postre.
Pasaron 30 minutos.
Y ya no fue gracioso.
Era triste. Dolía. Y era… ridículo.
Horrible.
54 minutos.
Claudia se quedó parada 54 minutos en el pasillo…
Hasta que sonó su celular.
— ¿Dónde estás? — preguntó el marido, con voz alegre.
¡Feliz! Él estaba feliz.
— Afuera.
— ¿Cómo que afuera? ¿Todavía? ¿Y por qué no entraste?
— ¿Y para qué? — respondió Claudia.
— ¿Cómo para qué? No entiendo…
Se escucharon los cerrojos. El marido abrió la puerta.
— Delivery de postres… — dijo Claudia, y le alcanzó la torta.
Él se quedó helado, y por reflejo, la recibió.
— Tiene ese toque de coñac que te gusta. Córtala con cuidado, con cuchillo filoso. Chau…
Claudia se dio vuelta y se fue a casa.
Y al mes, se divorció.
Así fue. Una historia real sobre 54 minutos que lo cambiaron todo.

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