Las trampas de lo inconcluso.

Me pregunto si has oído hablar de Bliuma Zeigárnik.

Seguro que no. La historia nunca ha sido generosa
con mujeres talentosas, y mucho menos con el psicoanálisis.
Un día observando a un camarero, en el restaurante de un gran hotel, Bliuma tuvo una iluminación, lo que la llevó a profundizar el fenómeno. Ese camarero podía guardar en su memoria una infinita cantidad de pedidos (las famosas órdenes) para pasar por la cocina, pero inmediatamente los olvidaba después de llevarlas a la mesa.
Eso es después de terminar la tarea
En 1927 publicó un estudio sobre este fenómeno, de ahí en adelante se llamó – exactamente – el efecto Zeigárnik.
Parece decirnos que para afrontar el final de algo de alguna manera estamos equipados. Se trate de una historia de amor, la muerte de un ser querido, el abandono de un lugar en el mundo al que estábamos particularmente apegados.
Siempre y cuando se llegue a una conclusión. Que dentro de nosotros, con más o menos esfuerzo, logramos poner la última palabra, antes o después de los titulares.
Leyendo sus escritos he llegado a hacer las paces con todos los rituales de procesar el dolor que hasta ayer eran incomprensibles, a veces atrozmente triviales.
Ser capaz de decir adiós, por más doloroso que sea, significa empezar lentamente a sanar.
Lo que nuestro cerebro, o nuestro corazón no pueden olvidar son las situaciones inconclusas, las que quedan a la mitad, que interrumpieron el curso de sentimientos que no indican un punto final, o un reinicio. Las palabras que no dijimos, decisiones no tomadas, abrazos no dados, despedidas aún en la sala de espera.
Creo que esto me hará reflexionar por el resto del año, Bliuma.
Así son las mujeres.
Me alegro de que existan.
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