El poder no cambia a las personas.
El poder no cambia a las personas, solo les quita la necesidad de fingir. El justo protege, el ambicioso abusa, el inseguro se vuelve tirano. No es el poder el que corrompe, es el verdadero rostro de cada uno el que emerge cuando ya no hay miedo a las consecuencias.
El poder no es una entidad externa que transforma al individuo en algo que no es. Más bien, actúa como un catalizador que revela su naturaleza más profunda. Desde una perspectiva psicológica, podríamos decir que el poder desinhibe, eliminando la necesidad de autocensura. Lo que emerge entonces no es una nueva personalidad, sino la esencia que estaba oculta por la presión social, el miedo o la conveniencia.
Carl Jung describió este fenómeno a través del concepto de la “sombra”: aquellos aspectos reprimidos de nuestra psique que no reconocemos como propios, ya sea por educación, moralidad o presión social. La sombra no es únicamente el mal latente en el ser humano; también contiene la energía reprimida, la creatividad no expresada y la autenticidad que no nos hemos permitido vivir.
Cuando un individuo adquiere poder, las barreras que mantenían a su sombra oculta comienzan a disolverse. Si ha cultivado autodominio y conciencia de sí mismo, el poder se convierte en una herramienta para el crecimiento y la justicia. Pero si ha reprimido sus inseguridades sin trabajarlas, el poder amplificará su caos interno, llevándolo a la tiranía o el abuso.
El justo protege porque su sombra ha sido confrontada y comprendida. No necesita abusar de su poder, pues ha integrado sus propias contradicciones y no teme a lo que pueda emerger de su interior. En cambio, el ambicioso, movido por la insaciabilidad de su ego, busca en el poder un vehículo para compensar sus carencias, usándolo como instrumento de dominio. Y el inseguro, aquel que nunca enfrentó sus miedos internos, encuentra en la autoridad una coraza con la que disimular su fragilidad; su reacción al poder es la tiranía, pues necesita controlarlo todo para no sentirse expuesto.
Poder y Virtud
Desde la mirada estoica, el poder en sí mismo es indiferente; no es bueno ni malo, sino una prueba del carácter. Séneca advertía que la adversidad pone a prueba la fortaleza, pero el poder pone a prueba la moral. Mientras la adversidad nos obliga a templarnos, el poder nos enfrenta a la tentación de la arrogancia, la soberbia y la corrupción.
Epicteto sostenía que lo único que realmente poseemos es nuestra capacidad de decidir cómo respondemos ante las circunstancias. El individuo que cultiva su virtud ve el poder como una oportunidad para ejercer justicia y servicio, no como un medio para satisfacer su vanidad. Marco Aurelio, el emperador-filósofo, entendía esto de manera práctica: su famoso recordatorio “Recuerda que eres un hombre” reflejaba su esfuerzo constante por no dejarse seducir por el poder, evitando que su sombra lo devorara.
Uno de los factores más peligrosos del poder es la ilusión de la impunidad. Cuando un individuo siente que ya no hay consecuencias externas a sus actos, su psique entra en un estado de desnudez moral: lo que antes estaba reprimido por el miedo ahora se manifiesta sin filtro. Si no hay una estructura interna que lo guíe—una filosofía, un código de valores—su sombra tomará el control.
El problema no es el poder, sino la preparación previa para manejarlo. La solución no es evitar que las personas adquieran poder, sino fomentar el autoconocimiento antes de que lo obtengan. Solo aquel que ha enfrentado su sombra sin máscaras, sin excusas y sin miedo, puede sostener el poder sin que este lo corrompa.
La verdadera prueba del carácter humano no es la adversidad, sino la libertad de actuar sin restricciones. Ahí es donde se revela quiénes somos realmente.
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