La magia existe.
La magia existe. Tal afirmación acompañada de la edad que refleja mi rostro, es suficiente para ser calificada por la mayoría, como una persona ignorante o ingenua. Pero lo digo con total seguridad y convencida, ya que he vivido en carne propia cosas maravillosas y horrores que me acompañan en mis pesadillas y la soledad. La magia es real, pero el ser humano se ha olvidado de ella, sustituyéndola por el mal llamado sentido común, por una ciencia que solo alcanza a rozar la superficie del conocimiento y entendimiento de las leyes inamovibles del universo.
Llegué a este mundo a mediados de la década antepasada, de esa manera podrán calcular de manera casi exacta cual es mi edad, hago esto para protegerme y no por vanidad, ya que, si te doy este dato junto a mi nombre e investigas un poco, no te será difícil encontrarme. Nací en el seno de una familia acomodada, mi padre luchó toda su juventud para crear su fortuna y fui yo a quien le tocó disfrutarla. Mi madre era bonita, aunque siempre estaba triste, era raro verla sonreír, pero la melancolía le otorgaba a su rostro una muy extraña belleza, quienes la conocieron de joven afirman que yo soy su viva imagen. Entre mis padres se percibía una pared de frialdad e indiferencia, nunca fue un secreto que no se llevaban bien, sin duda tenían sus razones, las cuales nunca me intereso preguntar por miedo a la respuesta.
Lujos nunca me faltaron, tuve juguetes costosos y solo necesitaba pedirlo para visitar los mejores parques y atracciones para niños, acompañada obviamente de algún empleado, mis padres nunca tenían tiempo para participar en mis infantiles aventuras.
Una de las empleadas y a la que más cariño le guardo fue Atalía, una extraña mujer, rolliza y amorosa que a diferencia de los demás no me veía solo como una fuente de ingresos (o si lo hacia lo disimulaba muy bien), fue ella quien me introdujo en el mundo de la magia y los conocimientos ocultos, desde pequeña me leía historias de la cábala y me enseñaba sobre astrología, de la cual era gran aficionada, afirmaba que todos los astrólogos que salían en la tele o mostraban sus predicciones en periódicos eran simples charlatanes, los verdaderos expertos no venden su conocimiento y solo lo comparten con quienes pueden valorarlo y entenderlo. Mi opinión personal es que la astrología puede ser inexacta, para encontrar formas eficaces de predecir el futuro y conocer el pasado es necesario buscar en la tierra, que es donde se producen los acontecimientos y no en las estrellas o planetas.
Al llegar a la adolescencia, aprovechando la poca atención que me ponían mis padres y los vastos recursos con los que contaba, inicié con mis propias investigaciones. Viajé a Salem, ciudad famosa por ser en el pasado el hogar de muchas brujas y en la cual, actualmente las puedes encontrar si sabes dónde buscar. Fui al desierto de México donde conocí a los chamanes Raramuris, celosos de su conocimiento basado en la utilización de distintas plantas para alcanzar la iluminación. Escribí un ensayo sobre sus prácticas y costumbres en la preparatoria “No son más que un montón de drogadictos” dijo tajantemente mi profesor de idiomas, es normal que aquellos que se sienten sabios desacrediten lo que escapa a su entendimiento. El último viaje que realicé en aquella época fue a Egipto, país donde surgió la alquimia y en el cual aprendí sobre la filosofía hermética y el Kybalión.
Reconozco que en aquel entonces pasé por muchos peligros que mi juventud me impedía ver, ser menor de edad en un país extraño, te convierte en un blanco fácil para los delincuentes, pronto me volvía conocida y mucha gente me buscaba solo para estafarme, intentaban venderme baratijas como si fueran poderosos amuletos, o libros fabricados por ellos mismos haciéndolos pasar por escritos de famosos alquimistas o brujos. A pesar de todo considero esta etapa como la mejor de mi vida, necesitaba escuchar, aprender, conocer qué existe más allá de nuestra realidad mundana.
Al entrar a la universidad mi investigación siguió otra vertiente, me puse en contacto con personas allegadas al ocultismo, participé en subastas de libros y papiros antiguos, nunca me rendía hasta conseguir algo que quisiera. Debido a esto y como ocurrió en el pasado, me hice famosa en el gremio, muchos vendedores me buscaban personalmente para ofrecerme sus costosas reliquias.
Hace tres años recibí la llamada de un vendedor desconocido, afirmaba tener algo que cambiaría mi vida para siempre, un libro que revelaba la verdad autentica de todas las cosas, aquellas afirmaciones eran bastante sospechosas, este mundo está lleno de oportunistas y debía tener mucho cuidado, lo invité a que me mostrara lo que me ofrecía, solo así podría saber si decía la verdad o no.
Lo recibí una tarde de octubre, esperaba encontrarme con un hombre de bata y turbante, con la barba canosa y larga hasta el pecho, la típica imagen de un timador haciéndose pasar por iluminado. Por el contrario, su aspecto era el de un vendedor de enciclopedias, acompañado de su fiel maleta llena de panfletos, vestido con un traje marrón, pulcro y bien planchado, el cabello escaso y relamido.
–Buenas tardes, señorita, gracias por recibirme, sé que no soy muy popular en el medio.
–Nunca había escuchado hablar de ti, fue por eso que llamaste mi atención, conozco a casi todos los coleccionistas y vendedores de libros sobre ocultismo y magia, ya me han mostrado lo que pueden ofrecer.
–Pero le aseguro que no ha visto nada como lo que yo traigo– abrió su maleta que, en lugar de estar llena de panfletos de enciclopedias, guardaba en su interior un libro, su gastada portada era roja sin ninguna clase de adorno y el lomo consistía en una placa de metal, al tenerlo en mis manos tuve la sensación de que era plata.
–Muy bonito tu libro, pero no parece ser muy antiguo, este tipo de cosas son fáciles de falsificar.
–La cubierta tiene unos doscientos años, pero lo que guarda en su interior data del siglo V, son los escritos del poderoso alquimista árabe Ibn Jabir, quien viajó por todo el mundo conocido para aprender sobre todas las ciencias y mezclarlas en una sola, está ante un auténtico libro sagrado que es la llave del conocimiento y la verdad.
Abrí el libro para comprobar lo que decía, en efecto, sus amarillentas y quebradizas hojas correspondían a la época, el extraño alfabeto plasmado sobre ellas me resultó conocido, pero lleno de variaciones.
–Todos los libros sagrados afirman tener la verdad entre sus páginas, no creo que este sea diferente al resto.
–Los demás son bagatelas, simples aproximaciones inconclusas o incompletas, yo mismo he usado estos escritos y he comprobado su poder.
–¿Entonces por qué quiere venderlo?
Se quedó callado un largo tiempo, al ver que perdía el interés, trago saliva y contestó:
–Necesito el dinero, le daré un consejo, no use lo que aprenda para obtener poder o riquezas, con el tiempo, todo se revierte.
–No me interesa nada de eso, yo solo quiero aprender.
–Entonces este libro es para usted.
Me vendió el libro a un precio de risa, ese fue el único motivo por el que acepte comprarlo, su necesidad parecía ser grande. Me tomó un mes traducirlo del árabe clásico, un idioma muy poético, repleto de intrincadas palabras difíciles de pronunciar y con múltiples significados. El texto comenzaba con la siguiente frase:
Los espíritus de la creación cantan a través del tiempo y en todo lugar, sus murmullos pueden ser escuchados por aquellos que prestan atención.
Sus cerca de seiscientas páginas versaban sobre la existencia de dichos espíritus, entidades tan antiguas como el tiempo mismo, que habitan en todos los espacios del mundo, pero sus sitios favoritos son zonas cerradas, con la llegada del ser humano tomaron predilección por grandes construcciones como lo son templos y palacios, puedes invocarlos, hacerlos tus aliados y te revelaran sus secretos. Entre ellos existen categorías, para conocer a uno de alto rango y poder tienes que acudir a un sitio donde haya ocurrido una tragedia en un lapso no mayor a un par de siglos, los incendios, las matanzas y los desastres naturales parecen alimentarlos.
Incluía una extensa lista de sitios para visitar, la biblioteca de Alejandría, el coliseo romano y las ruinas del templo judío de Jerusalén eran mencionados, ninguno de ellos me servía, por lo que me di a la tarea de buscar un sitio cercano donde comenzar.
Encontré una noticia relativamente reciente, un fanático religioso sacó una pistola durante una misa en la catedral de mi ciudad y comenzó a disparar a todos los feligreses, veinte personas murieron ese día, antes de que el agresor fuera abatido por la policía. Sonaba como un buen lugar para empezar.
Acudí entre semana, procurando que mi visita no coincidiera con ningún servicio religioso, crucé el detector de metal instalado en la puerta principal y observada por las figuras de santos y vírgenes, comencé a recitar el conjuro mientras sostenía un rosario entre las manos, esto no era parte del procedimiento, fue mas bien una precaución para simular que rezaba y evitar miradas de sospecha.
-alkayinat alqadimat alty taeish hadha almakan lamah laha alttalib yurid ‘an yastamie wayataeallam mink bikaramat alttufani tati daeuti watabayan li alhaqiqa -Al finalizar con la complicada invocación metí discretamente la mano izquierda en el bolso de mi abrigo para tomar un puño de sal y lo esparcí por el piso.
Lo que ocurrió a continuación fue tal como lo describía el alquimista: de una pintura que mostraba a María cargando amorosamente al pequeño mesías surgió una figura oscura y amorfa, se arrastraba por el suelo dejando a su paso una baba negra similar al petróleo, se acercó y de entre su piel salió una lengua que absorbió toda la sal. Retrocedí asombrada y miré a todos lados, un grupo de monaguillos ensayaba sus cantos y una pareja de turistas contemplaban distraídos una escultura, nadie se daba cuenta de la presencia del espíritu.
–Hace mucho que nadie me invocaba –dijo con una voz extrañamente aguda–, no necesitas hablarme en ese idioma, comprendo todas las lenguas humanas.
–Así es como conocí el conjuro y preferí no alterarlo.
–Dime a que viniste, pero primero ¿Tienes más sal?
Le entregué la bolsa y devoró ávidamente su contenido produciendo un desagradable sonido.
–Quiero aprender de usted, recibir su conocimiento.
–Ven, acércate y posa tu mano izquierda sobre mí.
–¿Para qué? -pregunté con desconfianza, su aspecto evocaba en mí, un miedo primitivo, como aquel que sentimos a nuestras más ridículas fobias.
–No seas tan superficial para juzgarme por mi aspecto -respondió como si hubiera leído mis pensamientos-, es nuestro saludo, lo hago para conocerte, saber si eres digna de nuestro conocimiento, con sólo tocarte podré saber cuáles son tus intenciones, tus miedos, tus anhelos, tu pasado y también parte de tu futuro, si eso no te molesta, has lo que te digo.
Todavía con desconfianza obedecí, su cuerpo era suave y un olor similar al incienso invadió mi sentido del olfato.
–Puedo ver mucho dolor, unos padres a los que siempre buscaste agradar, muy ocupados y exitosos para ocuparse de una pequeña, un corazón roto, un chico al que amaste, pero a él sólo le interesaba tu dinero.
–No es necesario que lo digas en voz alta.
–No te preocupes nadie puede escucharme. Perfecto, toma asiento y pregúntame lo que quieras.
A partir de ese día, acudí una vez por semana a la iglesia durante seis meses para conversar con él, a cambio de un kilo de sal me contaba todo lo que vio a lo largo de los milenios, me explicó su origen, el universo fue creado por Elihuam, ella y toda su estirpe son remanentes del plasma divino que en algún momento cubrió el planeta y del cual surgió toda forma de vida, pero no son seres vivos en el término tradicional de la palabra, no mueren como nosotros, sino que su energía es reciclada y adquieren distintas identidades en una especie de rencarnación.
–Háblame de Elihuam -le pedí en uno de nuestros encuentros- ¿Cómo es ella, por qué nos creó?
–Es poco lo que te puedo decir sobre ella, para eso tienes que buscar a un espíritu de mayor rango, uno de los grandes.
-¿Eso no te pondría celoso?– le pregunté sonriendo.
–Hace mucho que dejé de experimentar ese tipo de emociones animales, necesitas crecer y yo ya no puedo ayudarte. Te advierto que no todos son tan gentiles como yo, algunos odian a los humanos por ser tan engreídos, son pocas cosas las que los diferencian de los simios, pero se sientes los reyes de la creación, como si un par de pulgares otorgaran título de realeza.
–Veo que estás de acuerdo con ellos, pero no pareces odiarme.
–No, me pareces una humana bastante interesante, todos me buscan con la intención de volverse ricos. Durante trecientos años fui consejero de muchos obispos y reyes, obsesionados con acumular una riqueza que jamás podían disfrutar por estar tan ocupados en sus juegos de poder. Tú solo me haces preguntas sin pedir ningún favor, por eso me agradas.
–Prometo venir a visitarte de vez en cuando, te traeré sal y podremos platicar– Nunca volví.
De entre todos los posibles lugares para visitar la elección era obvia, el campo de concentración más grande de la Alemania nazi: Auschwitz.
Viajé hasta ese lugar a la semana siguiente y me inscribí en una de las visitas guiadas, me tocó un grupo de veinte personas y un guía perezoso del cual no me fue difícil separarme. Mientras caminaba entre los grises edificios el nerviosismo me invadía, no existen cifras exactas, pero la cantidad personas asesinadas en aquel lugar supera fácilmente el millón: judíos, gitanos, homosexuales, personas que criticaron al partido nazi, todos vieron sus vidas terminar en este lugar sin conocer la compasión.
Me escabullí hasta una de las construcciones, una enorme galera con réplicas de las camas donde dormían los presos, repetí el conjuro. El espíritu que surgió de las paredes era enorme y ocupaba casi todo el recinto, mi primer temor fue que un kilo de sal no era suficiente para saciarlo.
–Te advierto que no me gustan los humanos, son bestias, asesinos despiadados de su propia especie.
–No todos somos así– me defendí, –yo nunca he matado a nadie.
–Te creo, por tu complexión y estatura te costaría trabajo hasta matar a un recién nacido.
Después de pedir saludarme, platicamos durante muchas horas sobre Elihuam, se refería a ella como la madre del universo, de cuyas entrañas surgieron las galaxias, la creación fue un acto totalmente accidental, un intento por parte de la madre para comprobar el alcance de sus poderes, la vida surgió después en los planetas rocosos y templados, pero los espíritus como el habitan todos los confines del espacio. Me habló de otros planetas que albergan vida, sobre seres inteligentes capaces de surcar las estrellas, algunos parecidos a los humanos, pero con pieles translucidas y otros de apariencia grotesca. Muchas especies desaparecieron a lo largo del tiempo, víctimas de su propio progreso, los que sobrevivían mantenían una paz y bienestar que el ser humano nunca alcanzara, ya que, según él, está muy ocupado matándose entre sí y buscando dominar a otras especies.
–¿Algún día la conoceré?
–Al dejar este plano existencial todos los seres son absorbidos por la madre, pero lo que pasa después solo ella lo conoce y por lo tanto no puedo decírtelo.
–No importa, me has dicho bastante.
Me despedí de él y prometí que pronto regresaría, algo que sin duda hubiera hecho de no ser por los problemas que vendrían a continuación.
Al regresar a mi casa me encontré con el espíritu de la catedral, su presencia me sorprendió, no desconocía el hecho de que pudieran moverse de un lugar a otro, pero según el libro, acostumbraban pasar décadas en un solo sitio. Antes de cruzar palabra me dirigí a la cocina por un poco de sal para alimentarlo.
–No he venido a comer, necesito hablar contigo.
–¿Qué ocurre?– le pregunté preocupada.
–Elihuam ya sabe de ti, ha escuchado sobre tu búsqueda de conocimiento y me pidió que hablara contigo.
–¿Eso es algo bueno o malo?
–El conocimiento tiene un precio, no puede correr el riesgo de que compartas lo que has aprendido con quienes no son dignos. Ya sabes demasiado, pero todavía puedes aprender de la madre, para eso tienes que suicidarte, en la muerte te unirás a ella.
–¿Por qué me pides eso?– Exclamé furiosa– no pienso suicidarme solo para conocerla.
–No tienes opción, claro que seguirás aprendiendo y te revelará todo lo que quieras saber, pero el precio de todo ese conocimiento es tu vida. Ya te encontró y tarde o temprano escucharas su voz.
–¡Tú lo sabías! Lo sabías y nunca me dijiste.
–Desde que te conocí lo supe, pero eso no te hubiera detenido y ambos lo sabemos.
Desapareció sin permitirme responder. Al día siguiente busqué al sujeto que me vendió el libro de Ibn Jabir, encontré su dirección, curiosamente cercana a la catedral donde comencé mis experimentos.
Al atardecer llegué al sitio, un pequeño departamento en un edificio mal ventilado, toqué el timbre y me recibió una señora que me recordó a Atalía.
–Buenas tardes, señora, vengo buscando al dueño del departamento.
–¿Es usted su esposa? Escuché que estuvo casado.
–Nada de eso.
–¿Entonces sólo son amigos?
–Se podría decir que sí, pero nuestra relación es únicamente de negocios y sobre eso quiero hablar con él.
–Me sorprende que todavía no lo sepa, falleció hace dos semanas, yo soy la conserje del edificio y vine a limpiar el departamento.
Muy comunicativa la mujer, no me costó trabajo saber por su boca toda la historia. No me equivoqué al sospechar que era un vendedor de enciclopedias, trabajo al que renunció seis meses atrás para encerrarse en su casa día y noche, encargaba a los vecinos que le llevaran las comidas básicas para sobrevivir, al principio de su encierro tiró a la basura todos los cuchillos, tijeras y cualquier otro instrumento cortante que tuviera su alcance. Finalmente, una mañana rompió algunos termómetros y se bebió el contenido. Con sus gritos de dolor llamó la atención de todo el edificio.
–Llegó una ambulancia, pero murió antes de llegar al hospital, yo pude verlo, mientras se lo llevaban en la camilla no paraba de gritar la misma palabra.
–¿Qué palabra era?
–¡Elihuam, Elihuam!– dijo la mujer con un tono dramático– supongo que no tiene ningún significado.
–No, no lo tiene.
El maldito vendedor de enciclopedias sabia de las consecuencias que me traería leer ese libro, pensó que al venderlo se libraría de todos los problemas, pero se equivocó, terminó suicidándose con lo único que tuvo a su alcance. Eso es lo mismo que me ocurrirá a mí.
Desde entonces se acabaron los experimentos, renuncié a todo tipo de magia y trato de llevar una vida normal, algo que resulta imposible, la soledad me aterra, pero tampoco logro convivir con otras personas, siempre que estoy cerca de alguien tengo la necesidad de contarle lo sucedido, pero sé que nadie me creerá y muy probablemente termine en un hospital psiquiátrico. Por la noche escucho el eco de su voz en el aire que golpea las ventanas, hasta ahora he logrado ignorarla, pero llegará el momento en que tendré que responder.
Cuento “Escucha su voz”, escrito por David Monfil, Morelos, México.
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