"LA ÚLTIMA CENA DE LOS ENANITOS"
Estaba harta, cansada, agotada. La vida en aquella cabaña del bosque no era tan idílica como le había parecido en un principio. Al servicio de aquellos siete monstruos que la explotaban día tras día: lavar ropa apestosa, cocinar guisos interminables; su tarea diaria no tenía fin, apenas disponía de tiempo para dar un paseo por el bosque o jugar con sus queridos animales. Unas oscuras ojeras se apreciaban bajo sus ojos, había envejecido casi diez años, pero a aquellos enanos parecía no importarles que Blancanieves fuera ya una piltrafa humana. No podía más. Aquello tenía que terminar, no había nacido princesa para acabar así.
De pronto lo vio claro, estaría todo el día sola en casa, como era habitual, tendría tiempo suficiente para salir a recoger unas cuantas setas ven3nosas y preparar una sopa tan exquisita que los siete enanos tuvieran ganas de repetir. No veía el momento de deshacerse de aquellas horrendas criaturas así que, sin demorarlo más, salió al bosque con su cesta, recogió con mucho cuidado las setas pertinentes y se dirigió a la cocina feliz, cantando una dulce melodía. Sus amigos los pajarillos también fueron un poco cómplices de aquello, pues como la cesta pesaba tanto, le ayudaron a llevarla. Preparó el resto de ingredientes, la olla más grande que tenía, especias que le darían al guiso un sabor exquisito...ya no había marcha atrás, aquella sopa olía deliciosa;ahora solo le quedaba esperar.
Ya estaba anocheciendo. A lo lejos se podían escuchar las roncas voces de los enanos, sus gritos y sus palabras malsonantes, entonces Blancanieves lo dispuso todo encima de la mesa: los siete platos, siete cucharas, siete vasos, una jarra de vino y aquella olla cuya sopa olía de muerte. Entraron todos agolpándose, empujándose por sentarse a la mesa y poder degustar aquella sopa tan rica que había preparado Blancanieves; ella con la mejor de su sonrisa les sirvió uno a uno. Se apartó de la mesa y se sentó junto a la chimenea, por costumbre , ella solía cenar cuando terminaban los enanos, si tenía suerte y había sobrado algo y desde allí pudo disfrutar secretamente de su obra.
En pocos segundos los enanos empezaron a retorcerse en sus sillas y sobre la mesa, con los ojos desorbitados e inyectados en sangre, no podían articular palabra alguna, apenas podían respirar. Uno de ellos miró a Blancanieves horrorizado, intentó levantarse y alcanzar un cuchillo pero, apenas pudo dar dos pasos hacia ella, cuando cayó al suelo muerto; el ven3no estaba haciendo efecto. Unos minutos después, alrededor de aquella mesa había un silencio sepulcral.
Blancanieves se levantó y respiró profundamente, al fin era libre, aquella pesadilla se había terminado para siempre, no más abûsos, no más lágrimas, recogió las pocas cosas que le quedaban, abrió la puerta y salió de allí, ni siquiera miró hacia atrás. Se dirigió hacia un pequeño sendero que había al lado del río y empezó a caminar sin rumbo. Jamás olvidaría aquel día, el más feliz de su triste y oscura vida.
Por Lucía Vidal I.
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