Excrementos como medio de tortura.

 


𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚 𝐏𝐥𝐮𝐭𝐚𝐫𝐜𝐨 𝐮𝐧 𝐫𝐞𝐟𝐢𝐧𝐚𝐝𝐨 𝐬𝐮𝐩𝐥𝐢𝐜𝐢𝐨 𝐢𝐧𝐟𝐥𝐢𝐠𝐢𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐥 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐚 𝐀𝐫𝐭𝐚𝐣𝐞𝐫𝐣𝐞𝐬 𝐚𝐥 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐚𝐭𝐨́ 𝐚 𝐬𝐮 𝐩𝐚𝐝𝐫𝐞, 𝐞𝐥 𝐫𝐞𝐲 𝐉𝐞𝐫𝐣𝐞𝐬. Un castigo en el que los excrementos del propio condenado causaban su muerte. Encerrado el preso entre dos gruesos tablones vaciados con su forma, de manera que ambos encajaban y por sus extremos sólo sobresalían cabeza y pies del preso, se le daba de comer miel y leche.


Precisado a hacer sus necesidades dentro de ese sarcófago de madera, dice Plutarco que «la corrupción y la podredumbre de los excrementos engendran una porción de gusanos que le roen las carnes y penetran hasta las partes nobles. Cuando se ve que el criminal ha muerto, se quita el cubo que cubría su cuerpo y se halla toda su carne roída por los gusanos y en sus entrañas enjambres de ellos que todavía las devoran. Este suplicio suele durar algunas veces hasta 17 días». Web

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