Los hijos de los días .
Según cuentan los memoriosos, en otros tiempos el sol fue el dueño de la música, hasta que el viento se la robó.
Desde entonces, para consolar al sol, los pájaros le ofrecen conciertos al principio y al fin de cada día.
Pero los alados cantores no pueden competir con los rugidos y los chillidos de los motores que gobiernan las grandes ciudades. Ya poco o nada se escucha el canto de los pájaros. En vano se rompen el pecho queriendo hacerse oír, y el esfuerzo por sonar cada vez más alto arruina sus trinos.
Y ya las hembras no reconocen a sus machos. Ellos las llaman, virtuosos tenores, irresistibles barítonos, pero en el barullo urbano no se distingue quién es quién, y ellas terminan aceptando el abrigo de alas extrañas.
Eduardo Galeano | Los hijos de los días
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