LA MUJER SABIA.



La mujer sabia sabe la hora de parar, de recoger lo que es suyo y de retirarse hacia donde el corazón la llama.


Sabe la hora de callar cuando su voz ya no es escuchada y cuando sus anhelos son ignorados y llevados con el viento.


La mujer sabia no espera al hombre o la mujer cierta, ella vive como si no hubiera otro que la complete, pues ella reconoce que sólo necesita de su propio masculino y femenino, y quienquiera que ella encuentre por el camino ella sabe que no pasa de ser un espejo listo para mostrar lo mejor y lo peor de si misma.


La mujer sabia sabe agradecer a la madre, y sabe que incluso los volcanes en erupción o los terremotos, sean de la madre tierra o de la que le dio la luz, son sólo dolores profundos que emergen del centro del femenino. Son un llamado para la reconección.


La mujer sabia sabe cuando se desvía y se entrega para quien acoge sus marcas, pues ella sabe que para tener su goce es necesario que primero bese sus cicatrices.


La mujer sabia sabe que no puede tener nada, su búsqueda es un abrazo amoroso y acogedor a sí misma, dando lo mejor a cualquiera que pase por su camino.


Plantando flores en corazones machacados y curando lo femenino dondequiera que pase, ella sabe que su curación es la cura del otro.


Y entonces la búsqueda de lo que está fuera se convierte en la lapidación de lo que está dentro.

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