La ira.
Hay que tener cuidado con las cosas que se dicen en caliente, porque quedan dichas para siempre.
Y no vale eso de que lo que se dice de forma espontánea, y con cabreo, está lleno de verdad. Cuando uno explota, y suelta serpientes por la boca, lo hace a partir de argumentos hiperventilados, donde lo importante es buscar munición para defender el castillo a costa de cualquier cosa.
Es entonces cuando rescatas sólo lo peor de la persona a la que te enfrentas, ridiculizas sus puntos débiles, obvias sus cualidades y te lanzas al terreno de la destrucción masiva.
Esos misiles que un día lanzamos ya nos persiguen para siempre. Podrán venir oportunidades de resarcirnos, de aclarar que hay muchas cosas que admiramos de aquéllos a quienes en su momento descalificamos, que ese día teníamos razones para estar cabreados.
Yo me arrepiento, profundamente, de haber definido con palabras gruesas a personas a las que aprecio. Ni era justo, ni era verdad, ni ellas lo merecían.
Cuando uno maldice con argumentos débiles se está maldiciendo a sí mismo. La metralla se vuelve un bumerán.
Siempre, el otro, podrá pensar quién es tu verdadero yo, si el que habla calmado a diario o el que explota de higos a brevas.
La ira es, siempre, mala compañera de viaje.
Salvador Navarro - Contador de historias fb
(Pintura de Cian McLoughlin)
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