Bebida bien fría en un día caluroso.

 


¿Una bebida bien fría en un día caluroso? ... agradezcan ese pequeño placer al gran visionario que tuvo la idea de convertir el agua de un estanque congelado en dinero ….


La familia Tudor había disfrutado del agua congelada del estanque de su casa de campo, Rockwood, no sólo por su belleza estética, sino también por su capacidad para mantener las cosas frías. Los Tudor almacenaban bloques de agua congelada, enormes cubos de 90 kilos de peso, en habitaciones especialmente acondicionadas, donde se mantenían hasta que llegaba el verano y comenzaba un nuevo ritual: cortar rebanadas de los bloques para enfriar bebidas, hacer helado o refrescar el agua del baño durante alguna ola de calor.


Cuando tenía 17 años, el padre mandó a Frederic de viaje por el Caribe. Sufrir la inescapable humedad del trópico, vestido con todos los trapos que correspondían a un caballero, le dio una idea radical: si pudiera transportar de alguna manera el hielo del norte helado a las Indias Occidentales, encontraría un enorme mercado.


En noviembre de 1805, el hermano William partió rumbo a Martinica con una fría carga.

"No es broma", reportó el periódico Boston Gazette:

Un barco con 80 toneladas de hielo ha dejado el puerto con destino a Martinica. Esperamos que no se trate de una especulación resbalosa"


A pesar de retrasos relacionados con el clima, el hielo sobrevivió al viaje notablemente bien. El problema resultó ser uno que nunca se le cruzó por la cabeza a Tudor. Los residentes de Martinica no estaban interesados en su exótico cargamento congelado. No tenían idea de qué hacer con él. Aún peor, no pudo encontrar un lugar adecuado para almacenar el hielo. Sin comprador y sin almacén, el viaje fue un rotundo fracaso.


Después de este desfavorable inicio, William dejó la sociedad y se convirtió en escritor. Al invierno siguiente, el hermano Frederic estaba solo. Sin embargo, logró reunir suficiente dinero para enviar otro cargamento a las Indias Occidentales. Pero cuando un embargo comercial dejó gran parte del Caribe inaccesible, no pudo hacer nada. Mientras tanto, la fortuna familiar de los Tudor se perdió en un malogrado trato de bienes raíces. Pese a las calamidades financieras, Tudor persistió y su negocio de hielo finalmente tuvo ganancias en 1810. Sin embargo, una serie de circunstancias, incluyendo la guerra, el clima y préstamos a familiares, impidieron que se mantuviera en números negros.


En 1815 Tudor consiguió otro préstamo de 2.100 dólares para financiar la construcción de un nuevo almacén de hielo en La Habana con capacidad para 150 toneladas de hielo y capaz de conservar el hielo durante meses. Tudor llevó a cabo numerosas pruebas y mediciones para comprobar la eficiencia del almacén para poder minimizar el hielo que se fundía. La mayoría de las ventas iban a los bares y cafés, que ofrecían dos novedades: helados y bebidas frescas. En 6 meses las ventas ascendieron a 6.500 dólares.


Al año siguiente, 1816, los envíos a Cuba eran cada vez más eficientes, así que Tudor tuvo otra idea de rentabilizar el viaje de vuelta haciendo que los barcos volvieran cargados de fruta cubana a Nueva York. Tudor había investigado el efecto del frío en la conservación de fruta y tras un par de experimentos decidió probarlo con todo un cargamento de fruta. En agosto de ese año, pidió un préstamo de 3.000 dólares (al 40% de interés) para comprar limas, naranjas, plátanos y peras. Para que las frutas se conservaran decidió utilizar 15 toneladas de hielo y 3 de heno. El experimento acabó en desastre, casi toda la fruta se pudrió durante el viaje de un mes y, una vez más, Tudor volvía a estar endeudado. Parecía que la fortuna jugaba con él con una alternancia de éxitos y fracasos. Pero no se rindió. Después de todo, el negocio tenía sus ventajas.


Los barcos tendían a dejar Boston vacíos, para ser llenados en el Caribe. Eso significaba que podían negociar precios más convenientes para transportar su hielo en unos barcos que, de otro modo, no llevarían nada a bordo. Por otro lado, el hielo era básicamente gratis. Sólo tenía que pagarle a los trabajadores para que lo sacaran de los lagos congelados. La economía de Nueva Inglaterra generaba otro producto de costo cero: aserrín, el principal desperdicio de las compañías madereras. Después de experimentar por años, Tudor descubrió que era un excelente aislante para su hielo.


Esta fue su combinación genial: tomó tres cosas que no costaban nada -hielo, aserrín y barcos vacíos- y los convirtió en un negocio floreciente. En cuanto al problema del almacenamiento, Tudor jugó con múltiples diseños, hasta que se decantó por una estructura de doble carcaza que usaba el aire entre dos paredes de piedra para mantener el aire frío adentro.


El tráfico de hielo de Frederic Tudor despegó cuando se unió a Nathaniel Wyeth, uno de sus proveedores, quien inventó el cortador de hielo tirado por caballos. El nuevo método de Nathaniel consistía en “arar” el hielo con unas cuchillas que marcaban surcos paralelos de 10 centímetros de profundidad sobre la superficie del hielo. Después los trabajadores hacían agujeros en el hielo por los que introducían sierras con las que cortaban los bloques de hielo a su tamaño final de unos 60×60 centímetros. La innovación de Wyeth reemplazó el laborioso proceso de obtención de hielo con picos, cinceles y sierras, permitiendo la producción en masa. Además, los bloques uniformes podían ser almacenados juntos entre sí para minimizar la fusión, y el hielo cortado con el nuevo sistema tenía una apariencia más limpia, que hacía que fuera más fácil de vender.


La revolucionaria tecnología fue puesta a prueba cuando Frederic Tudor embarcó hielo en un viaje de 26.000 km de Boston a Calcuta en 1833. A pesar de pasar cuatro meses en el mar, prácticamente las 180 toneladas llegaron a la India intactas. El hielo cristalino de Nueva Inglaterra causó tal sensación en Calcuta, que en tres días los residentes encargaron la construcción de un depósito de hielo.


Quince años después de haber tenido la idea de venderle hielo a Sudamérica, comenzó a producir ganancias. Ya lo había llevado a casi todos los rincones de ese continente, mientras que en ciudades como Nueva York, dos de cada tres casas recibían hielo a domicilio diariamente.


Fue así como poco a poco, convenció a los dueños de los bares para que vendiesen las bebidas con hielo al mismo precio que al natural. Enseñó a los restaurantes cómo fabricar helados usando sus bloques de hielo y hasta dialogó con los médicos en los hospitales para explicarles que el hielo resultaba una cura ideal para los pacientes afiebrados. Su idea triunfó. La obsesión de Tudor por los cubitos de hielo dio sus merecidos frutos.

Finalmente, había probado que era posible producir en masa un suministro de hielo natural y entregarlo con éxito a cualquier parte del mundo donde existiera una demanda. Hubo una explosión en el comercio de hielo y Tudor se convirtió en un magnate del negocio. La India era el reino más rentable del Rey Hielo. En 1856, cerca de 150.000 toneladas de hielo al año dejaban sus barcos de Boston a 43 países extranjeros, incluyendo China, Australia y Japón.


Falleció a los 80 años en 1864, varios años antes de que la llegada de la electricidad y los avances en los sistemas de refrigeración volvieran obsoletas a sus industrias con la aparición de las maquinas que fabricaban hielo artificial.


El agua congelada en esta forma había pasado de ser una curiosidad a una necesidad en menos de un siglo. El hielo había dejado de ser un lujo y se consideraba una necesidad. El comercio americano del hielo natural floreció a principio del siglo XX, hasta que los congeladores eléctricos y refrigeradores llegaron ...


22.06.2023 Museo del Tiempo Tlalpan, A.C.

Markus Frehner 



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