Los puentes de Madison.
Los Puentes de Madison fue una película inédita hasta la fecha. No por su argumento, sino por el cambio de roles de uno de sus personajes, Clint Eastwood, que esta vez sería la antítesis del tipo duro de Hollywood.
Los puentes de Madison se estrenó en 1995. Una película basada en una obra de Robert James Waller, que tiene como argumento la relación entre Francesca, ama de casa, y el fotógrafo Robert Kincaid.
Francesca Johnson lleva una vida tranquila en una granja junto a su marido y sus hijos. Tras la marcha de su familia a una feria, Francesca se queda sola en la casa.
Un día recibe la inesperada visita de Robert Kincaid, un fotógrafo de National Geographic que está visitando el condado de Madison, Iowa, por motivos profesionales, ya que debe fotografiar los viejos puentes del lugar. El amor y la admiración mutua no tardarán en despertar la pasión escondida de sus corazones.
“Los viejos sueños eran buenos. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido.”
-Robert Kinkaid-
Clint Eastwood, diractor de los puentes de Madison
La obra de Clint Eastwood sorprendió a un gran público. El actor y director tenía acostumbrado al público a producir toneladas de buen cine de acción. Fuese como intérprete, con la Trilogía del dólar, como principal referente (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo) o con magistrales títulos dirigidos por el californiano, como Infierno de cobardes, Bird y Sin perdón.
Pero en 1995, Eastwood decidió cambiar de género y lo hizo con una de esas películas que han quedado para el disfrute de millones de espectadores. Cambió el revolver por un ramo de flores y una extraordinaria sonrisa. Además, ir de la mano de Meryl Streep, fue un gran acierto.
La tesitura que plantea el film es más que interesante, ya que está, y estará siempre, de actualidad: la protagonista es una mujer casada, buena esposa, buena madre y cariñosa, pero que lleva una vida anodina.
La excitación que rompe la monotonía
Un día conoce a un hombre tan atractivo como interesante y la duda surge: ¿merece la pena traicionar la confianza de tu pareja por un episodio aislado de ensoñación? Todos hemos tenido a lo largo de nuestra vida situaciones en los que nuestra fuerza de voluntad ha sido sometida a un duro examen.
Es inevitable que nos sintamos atraídos alguna vez por otras personas, ya sea por su personalidad, por su físico, etc. Si, como en el caso de la protagonista, llevamos una vida aburrida, si llevamos una vida sin color, nuestra capacidad para reflejar en alguien nuestro hastío es más probable.
Puede que veamos en otro hombre, o en otra mujer, todo lo que nosotros deseamos ser o tener. El principal detonante es la inseguridad y el aburrimiento.
Por supuesto que existe otro factor: la “otra persona”, la segunda mitad de nuestra pareja. Si nos sentimos abandonados y menospreciados lo más normal es que, tarde o temprano, busquemos fuera de nuestra relación aquello que anhelamos todos: reconocimiento, amor, comprensión, cariño, ternura, intimidad…
Por el contrario, si nuestra mujer o marido, nos corresponden como queremos y como creemos que nos merecemos, el buscar en otros lo que no tenemos puede ser fruto de nuestro egoísmo. Se trata de un hecho que parte de nuestra capacidad innata de querer más o estar disconformes con todo aquello que nos rodea, por bueno que sea.
¿Somos malas personas si sucumbimos ante las fauces del engaño?
No necesariamente. Todos cometemos errores de toda índole. Lo que sí es preocupante es la reincidencia en este tipo de acciones. Además, a nosotros no nos gusta que nuestra pareja sea infiel, por lo que ¿por qué deberíamos cometer actos que odiamos que nos hagan a nosotros?
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