Juego de tronos. Fragmento.

 


—Joffrey, cuando tus enemigos te desafíen debes responderles con acero y fuego. Pero, cuando se pongan de rodillas, debes ayudarlos a levantarse. De lo contrario nadie volverá a arrodillarse ante ti. Y si alguien tiene que decir «yo soy el rey», es que no es el rey. Aerys no lo llegó a entender, pero tú lo entenderás. Una vez gane la guerra para ti, restauraremos la paz del rey y la justicia del rey. Tú sólo te tienes que preocupar de desvirgar a Margaery Tyrell.

Joffrey llevaba su habitual mueca hosca dibujada en la cara. Cersei lo tenía agarrado por los hombros, aunque tal vez habría hecho mejor en sujetarlo por el cuello. El chico los sorprendió a todos. En vez de arrastrarse hasta debajo de su roca, Joff se levantó, desafiante.
—Hablas mucho de Aerys, abuelo, pero la verdad es que le tenías miedo.
«Vaya, vaya, esto se pone interesante», pensó Tyrion.
Lord Tywin observó a su nieto en silencio, en sus ojos color verde claro brillaban motas doradas.
—Pídele perdón a tu abuelo —dijo Cersei.
—¿Por qué? —preguntó el chico librándose de sus manos—. Es verdad, lo sabe todo el mundo. Mi padre ganó todas las batallas. Mató al príncipe Rhaegar y se hizo con la corona, mientras tu padre, madre, se escondía bajo Roca Casterly. —Lanzó una mirada retadora a su abuelo—. Un rey fuerte se comporta con osadía, no se limita a hablar.
—Gracias por compartir tu sabiduría, Alteza —dijo Lord Tywin con una cortesía tan gélida que fue como si a todos se les helaran los oídos—. Ser Kevan, el rey parece cansado. Es hora de que se retire a sus habitaciones. Pycelle, haría falta alguna poción suave para que Su Alteza descanse bien.
—¿Vino del sueño, mi señor?
—No quiero vino del sueño —se empecinó Joffrey.
—Vino del sueño, sí. —Lord Tywin habría prestado más atención a un ratón que chillara en una esquina—. Cersei, Tyrion, quedaos.
Ser Kevan se llevó a Joffrey firmemente agarrado por el brazo y abrió la puerta, tras la que esperaban dos hombres de la Guardia Real. El Gran Maestre Pycelle se escabulló tras ellos tan deprisa como le permitieron las viejas piernas temblorosas. Tyrion se quedó donde estaba.
—Lo siento mucho, padre —dijo Cersei una vez se hubo cerrado la puerta—. Joff siempre ha sido obstinado, ya te lo advertí...
—Hay mucha diferencia entre ser obstinado y ser imbécil.
George R. R. Martin

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