El ENANITO FIEL.
Muerta Blancanieves, el cuervo de la madrastra se posó sobre su cuerpecillo y les dijo así a los ocho enanitos (sí, ocho, han leído bien):
-Nunca, nunca más la veréis/ y por su causa sufriréis.
Siete de los ocho enanitos, mudos y cabizbajos, se pusieron a llorar en silencio, pero el octavo enanito, que siempre había querido a Blancanieves con un amor profundo y sincero (aunque no completamente platónico), le dijo al cuervo en medio de sus sollozos:
-Nunca, nunca más la veremos/ ¡pero jamás la olvidaremos!
El cuervo se burló de él con un graznido y se fue con su malvada dueña.
Un año después, el cuervo se acercó al lugar donde el cuerpo incorrupto de Blancanieves yacía dentro de un sarcófago de cristal. Siete de los ocho enanitos nunca pasaban por allí, no porque la hubieran olvidado, sino porque no querían reavivar sus penas atormentándose sin sentido. Pero el octavo enanito pasaba allí todo el tiempo que le permitían sus que haceres, velando día y noche el cuerpo de su amada, siempre triste y lloroso como el primer día.
El cuervo se fijó en él y le dijo:
-Nunca, nunca más la verás/ y por su causa sufrirás.
Sin dejar de sollozar, el enanito le respondió:
-Nunca, nunca más la veré/ ¡pero siempre la recordaré!
El cuervo se burló de él con un graznido y se fue.
Pasó otro año y el cuervo volvió al lugar donde el enanito triste y enamorado velaba el sarcófago de Blancanieves.
Una vez más, el cuervo se fijó en él y le dijo:
-Nunca, nunca más la verás/ y por su causa sufrirás.
El enanito, aunque tenía lágrimas en los ojos, le dedicó al cuervo una triste sonrisa y le dijo:
-Nunca, nunca más la veré/ ¡pero para siempre la amaré!
Tan profundo y poderoso era el amor que reflejaban esas palabras que incluso el endurecido corazón del cuervo sintió un estremecimiento al oírlas. En vez de burlarse del enanito y marcharse, como había hecho en otras ocasiones, se quedó inmóvil y empezó a llorar, más conmovido por la abnegación del enanito que por el triste destino de Blancanieves.
Entonces apareció el hada buena del bosque y le dijo al enanito:
-Buen enanito, tu amor es tan grande que en verdad no puede quedar sin premio. Así pues, te concedo el don de despertar a Blancanieves.
Apenas hubo pronunciado el hada estas palabras, el enanito enamorado despertó a Blancanieves depositando un tierno beso sobre sus labios de lirio (por eso se dice que los enanitos solo eran siete, porque el octavo cuenta como príncipe).
A continuación, el hada le dijo al cuervo:
-Cuervo burlón y agorero, tu dueña ha muerto y, como castigo por haberte burlado dos veces del enanito, quedas doblemente condenado.
En primer lugar, a partir de hoy vagarás sin rumbo por toda la eternidad. Y, en segundo lugar, para que nadie te quiera, solo podrás decir las palabras tristes con las que intentaste minar el amor del enanito. Pero, como también lloraste una vez, te concedo una gracia que aliviará en parte tu condena: algún día te encontrarás con un gran poeta que te hará inmortal en sus versos, para que tu nombre no sea olvidado ¡NUNCA MÁS
Desconozco autor.
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