Necesitamos alfareros de cántaros rotos.



que abracen nuestras mil piezas partidas en mil intentos y las compongan en una vasija nueva lista para romperse otras mil veces más si fuera necesario. Que nos den confianza para arriesgar con la única seguridad de saber que están detrás esperándonos… esperándonos a nosotros, no a nuestros resultados. Necesitamos alfareros que al vernos partidos por nuestros intentos y cambios no vean algo roto, sino el potencial de una vasija nueva… y es que nunca nadie va a cambiar si la mirada que transmitimos envía el mensaje de que contigo nada se puede hacer. Sólo se cambia si desde el otro lado vemos que el otro puede hacer con su vida algo maravilloso.

Leí el otro día una cita de Frida Khalo que decía: “Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Solo entonces te darías cuenta de lo especial que eres para mí”.

Creo que debemos esforzarnos en esto mismo, en ser capaces de transmitir al otro, con nuestra mirada, con nuestros gestos, con nuestras palabras, lo importante que son para nosotros. Que sientan esa confianza de que sabemos que, estén como estén, pueden hacer con su vida algo maravilloso. Que si por un momento pudieran verse a través de nuestros ojos se sintieran tan seguros como un niño en el regazo de su madre.

Y reivindiquemos el valor de lo “roto”, que no es otra cosa que el valor de la experiencia. Cuando uno se rompe no vuelve al principio, no, vuelve al punto en el que se rompió para tomar otro camino distinto y seguir desarrollándose…y eso no es malo, es la forma de aprender, la forma de crecer.

Hay un cuento de Anthony de Mello que habla de una persona que iba por la vida y quería cambiar, pero cada vez que lo intentaba se la pegaba, se rompía. Ante esta situación, él mismo, ante su propia situación se decía: “no soy nada, soy un inútil, no valgo para nada”. Hasta que un día, de repente, apareció alguien y le dijo: “Hagas lo que hagas, lo único que no va a cambiar es que te voy a querer”. Y dicen que a partir de ese momento cambió.

Ojalá seamos esa persona, ese alfarero de cántaros rotos, que sepa decir con todo el corazón al que tiene cerca: “Hagas lo que hagas, lo único que no va a cambiar es que te voy a querer… aunque te rompas una y mil veces”.

Fernando Mosteiro.


Comentarios