¿Quién te contó que el cambio de piel no era doloroso?



No estás cambiando de ropa o de zapatos. 

El cambio de piel duele muchísimo, estás arrancando en esa capa todos los condicionamientos heredados, transmitidos y elegidos. Estas dejando atrás las creencias limitantes y caducas, estas dejando de ver a través de la ilusión.

Con ese cambio de piel estás dejando de ser lo que no eres para que pueda salir tu más grande yo soy.

Ese cambio de piel te está ayudando a transmutar los viejos dolores, esa creencia de que tu felicidad, tu paz y tu salud dependen del otro, así como tu infelicidad y tu amargura.

No; el cambio de piel no es una mudanza fácil, por momentos sientes que te están quemando en la hoguera, comienzas a ver todas esas repeticiones, todas esas expectativas que has puesto en los otros. Sientes cada llaga, cada parte tuya abierta y te haces consciente de que fuiste tú quien creó esas heridas.

Comienzas a sentir todo lo reprimido, comienza a salir el llanto, el pánico, el miedo a la soledad, las carencias que inventaste, y todo ese enojo y furia que no supiste expresar. 

Tiemblas, te dan náuseas, tu cuerpo suda y tu corazón no para de palpitar. 

Y cuando miras por fin esa piel impresa de todo tu pasado, y ves que la has mudado, comienzas a sentir la piel nueva, por unos días estás con tu piel tierna, recién nacida, frágil.

Y así te sientes, débil, aún aprendiendo a respirar.

Y después llega una paz nunca antes sentida, La Paz que da la responsabilidad de tu vida, de tu hermosa vida.

Atrás quedó la culpa, la victimización, el juicio y la rabia.

Atrás quedó el poner tu vida en manos de otro.

El cambio de piel es mudarse de dimensión, requiere tiempo, paciencia y mucho amor. Aunque sientas por momentos que nunca terminará el dolor. Yo te puedo decir que llega una mañana en donde cada rayo del sol ilumina tu corazón.

Después vives con conciencia cada transmutación.


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