No éramos familia siempre, pero a veces, mucho más que eso.



 No éramos familia siempre, pero a veces, mucho más que eso.

Habría encontronazos, trifulcas, roces, alguna envidia y hasta alguna fuga con el marido o la mujer del otro.

Pero nos quedábamos siempre con lo bueno: con la pizca de sal al caer la noche cuando no existían "los chinos", el que siempre llevaba pinzas en su maletero para el utilitario de el del 2do piso, con la vecina del bajo que daba agua a los chiquillos que jugaban bajo su supervisión porque también estaba el suyo en el grupo, los balcones sin rejas y las llaves del de en frente en el rellano, las madres que se quedaban con los hijos de otra para que ésta trabajara, ese secreto contado en un momento de debilidad que jamás salió de su boca, las lágrimas por la marcha del abuelo del 4to, la defensa del hermano del amigo más pequeño si le tocaba un pelo otro de otro barrio, la mediación del vecino cuando 2 se encontraban, y hasta el dinero repartido y prestado en tiempos de apreturas.

Era las reglas no escritas, los principios mamados, los valores aprendidos, los cariños heredados.

Es, poder volver siempre dónde conocen lo mejor y lo peor de ti, porque así te quieren, porque los errores o las torpezas se aceptan y se liman cuando no han sido con intención de hacer daño.

Toda una lección de vida para quién quiso aprenderla, y para los que no, se perdieron lo mejor del barrio.

De:Madrid en blanco y negro.

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