'La Artillera de Zaragoza'.



Para los sudamericanos, en nuestras guerras de independencia, España ocupaba el rol del opresor, del que había que romper las cadenas, el yugo realista y demás frases remanidas para enfervorizar a los criollos. Pero España también estuvo en un rol similar al nuestro, y casi al mismo tiempo. Su guerra de independencia la libró contra un tal Napoleón, les suena. Ese que le vendió un buzón a Carlos IV con el Tratado de Fontainebleau y le ocupó el país sin disparar un solo tiro ni ensuciar una bayoneta. Esta guerra tiene tantos nombres como historias de heroísmo. La guerra de la Independencia española, guerra peninsular, guerra de los 6 años o como la quieran llamar tuvo su primer capítulo con las Abdicaciones de Bayona. Carlos IV y su hijo Fernando VII renunciaron en favor de Napoleón Bonaparte. El emperador francés era un campeón mundial del nepotismo y cedió el control de España a su hermano José Bonaparte, una pinturita. Contra eso tenía que luchar el blandengue ejército español y su pueblo. Entre las historias que emergen de esta guerra me encanta la de Agustina Raimunda María Zaragoza, que pese a ostentar ese apellido era más catalana que la Butifarra de cerdo. Nunca sabremos realmente si fue por su pericia o de chiripa, pero lo cierto es que Agustina fue una heroína de esa guerra. Su esposo, Juan Roca Vilaseca, era un artillero real y en el marco de las broncas contra Napoleón fue asignado a la protección de la ciudad de Zaragoza. Agustina, como el resto de las esposas de los artilleros los acompañaban hasta el sitio de las batallas. Toda ayuda era bienvenida y mientras sus esposos se la pasaban de lujo a los cañonazos ellas preparaban las municiones, la pólvora y la comida. Es un misterio si Juan le había dado algunas clases de tiro a Agustina, si fue así, lo hizo de maravillas. Durante el asedio de la ciudad, el puesto en el que estaba Juan fue masacrado por las tropas francesas. Cuando Agustina llegó a la posición de los cañones se encontró a su esposo herido y al resto de los artilleros muertos. Habían pasado varios minutos sin que los franceses recibieran un disparo así que avanzaron confiados. Mostrando el tamaño de sus ovarios, Agustina preparó la pólvora, cargó la bala, prendió la mecha, apuntó y ¡Boom! strike. Cuando terminaron de caer franceses del cielo, el grueso del batallón se retiró creyendo que se trataba de una urdida emboscada. Nada de eso, era Agustina re caliente porque habían herido a su querido Juan. Al general Palafox no le importó porque lo hizo, el hecho es que lo hizo, la condecoró y le concedió el título de 'Defensora de Zaragoza'. Fernando VII la nombró subteniente de infantería haciendo que le pique el fierrito de la guerra y siguió defendiendo a España hasta que se puso viejita.

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