Joseph Merrick.

 



"Es cierto que mi forma es muy extraña,

pero culparme por ello es culpar a Dios;

si pudiera crearme a mí mismo de nuevo

procuraría no fallar en complacerte.

Si yo pudiese alcanzar de polo a polo

o abarcar el océano con mis brazos,

pediría que se me midiese por mi alma.

La mente es la medida del hombre".

Joseph Merrick | Poema de dignidad

Original:

"Is true that my form is something odd,

But blaming me is blaming God;

Could I create myself anew

would not fail pleasing you.

If I could reach from pole to pole

Or grasp the ocean with a span,

I would be measured by the soul

The mind´s the standard of the man".

Joseph Merrick (1862-1890), más conocido como “El hombre elefante”, pasó a la historia por ser el caso más extremo de síndrome de Proteus hasta ahora conocido, una rarísima enfermedad que conlleva malformaciones físicas graves. David Lynch lo inmortalizaría en una de sus películas más icónicas.

Merrick, nacido en la ciudad inglesa de Leicester, pasó la mayor parte de su vida siendo exhibido en los llamados “Freak shows” o ferias de fenómenos (¡Pasen y vean!). Su carácter dulce y exquisitamente educado lo granjeó la oportunidad de demostrar que, además, su inteligencia era superior a la de sus contemporáneos, que lo estigmatizaron, discriminaron y maltrataron.  

"La deformidad que exhibo ahora se debe a que un elefante asustó a mi madre; ella caminaba por la calle mientras desfilaba una procesión de animales. Se juntó una enorme multitud para verlos y, desafortunadamente, empujaron a mi madre bajo las patas de un elefante. Ella se asustó mucho. Estaba embarazada de mí, y este infortunio fue la causa de mi deformidad". Así explicó Merrick, lleno de inocencia, en su autobiografía, el porqué de su enfermedad.

En 1979 se identificó el "Síndrome de Proteus" que se ajustaba con bastante precisión a los síntomas de Merrick. En el 2003, un análisis de ADN obtenidos de pelos y huesos del "hombre elefante" que fueron conservados en el museo del Hospital de Londres desde su muerte, confirmaron este diagnóstico; aunque no se descartó que también haya tenido, en forma concurrente, una neurofibromatosis. Sea cual fuera la causa, nunca en la historia, un ser humano sobrevivió con tan severas deformidades.

Merrick fue un bebé normal. "No se notaba mucho cuando nací, pero comenzó a desarrollarse a la edad de 5 años. Fui a la escuela como cualquier niño hasta que tuve 11 ó 12 años, cuando me ocurrió el más grande infortunio de mi vida" contó en su autobiografía.

En esa época murió su madre, a la que adoraba. El padre volvió a casarse y su madrastra y hermanastros, al igual que en los cuentos infantiles, no dejaron de atormentarlo y humillarlo, por lo que usualmente se fugaba hasta que su padre lo convencía de volver a casa. A los 13 años consiguió un empleo en una fabrica de cigarros; pero un par de años más tarde su mano derecha era tan grande y pesada que ya no podía manipularlos y tuvo que irse.

En su casa vivía un tormento; lo mismo que sucedía en las calles mientras intentaba vender cosas por su cuenta. Obviamente una multitud sólo lo seguía para mirarlo, nadie quería acercarse ni tocarlo. Cansado de la situación, decidió internarse así mismo en el hospital de Leicester, donde lo albergaron por dos o tres años.

Fue entonces cuando se le ocurrió que si todos querían verlo podrían pagar por ello y le escribió a Sam Torr, un director de circo quien rápidamente se interesó en la propuesta y le consiguió una posada para alojarse donde fue, según el, bien tratado. No como describen en la película de David Lynch sobre su vida, estrenada en 1980.

El siguiente giro a su vida sería protagonizado, en 1884, por un prestigioso médico de la época. Su nombre era Frederick Treves, un cirujano del Hospital de Londres muy interesado por las deformidades humanas. Como había escuchado del caso, se acercó a la feria de variedades para conocerlo e invitarlo al hospital donde quería analizar sus malformaciones. Pese a todos sus intentos, junto a otros colegas, nadie pudo explicar el origen de las terribles deformidades. Fue entonces cuando Merrick fue tachado de incurable y abandonó el hospital. Pasaron dos años y la situación del "hombre elefante" empeoró. Cuando Treves lo vio triste, abatido y prácticamente desnutrido se obsesionó con encontrarle un hogar.

El objetivo no era fácil. El Hospital de Londres, al igual que todos los hospitales de la época, no ofrecían camas permanentes a los enfermos crónicos o incurables. El médico recurrió entonces, primero a la prensa y luego a Alexandra, Princesa de Gales y el Duque de Cambridge, quienes accedieron a conocer personalmente a Joseph Merrick el 21 de mayo de 1887. Y dio en el clavo. Se asignó al enfermo un alojamiento permanente en un ala del hospital donde trabajaba Treves. Por fin el hombre elefante tenía un lugar fijo para vivir; donde residiría hasta su muerte.

Lamentablemente su enfermedad nunca se detuvo, al contrario; y entre 1888 y 1889 su patología se aceleró a niveles aterradores. Lo peor era el crecimiento del cráneo, que se había convertido en una masa increíblemente deforme y pesada que costaba mantener erguida. El 11 de abril de 1890, a las 13:30 horas, Merrick falleció como consecuencia de un dislocamiento cervical y asfixia provocada por el peso de su cráneo sobre la tráquea.

Tenía sólo 27 años. En la actualidad aún se recuerda a Merrick como ejemplo de que el interior humano es lo más importante. A pesar de la tristeza que siempre le provocó su condición, no dejó abatirse por ella. Su médico confesó en su diario: "una cosa que siempre me entristeció de Merrick era el hecho de que no podía sonreír. Fuera cual fuese su alegría, su rostro permanecía impasible. Podía llorar, pero no podía sonreír"

David Lynch homenajeó a este personaje único en 1980 con The elephant man, interpretado por John Hurt y Anthony Hopkins. David Bowie ofrecería la antesala teatral antes del estreno del film, en la obra de Bernard Pomerance, metiéndose en el papel de manera magistral y dejando cierto poso en el álbum Scary monsters (and super creeps).  

El pequeño gran poema de John Merrick que escribió como intemporal lección de dignidad, de moral y de humanidad, y al que añadió una segunda estrofa del creador de himnos cristianos y piadosos Isaac Watts.


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