EL MUNDO DEL NIÑO.



Ah, si yo pudiera entrar hasta el mismo centro del mundo de mi niño para elegir allí un placentero refugio!


Sé que ese mundo tiene estrellas que le hablan, y un cielo que desciende hasta su rostro y lo divierte con sus arcoíris y sus fantásticas nubes.


Esos que parecen ser mudos e incapaces de un solo movimiento, se deslizan en secreto a su ventana y le cuentan historietas y le ofrecen montones de juguetes de brillantes colores.


¡Ah, si yo pudiera caminar por el sendero que cruza el espíritu de mi niño y seguirlo aún más allá, más allá, fuera de todos los límites!


Hasta donde mensajeros sin mensaje van y vienen entre Estados de reyes sin historia, donde la razón hace barriletes de sus leyes y los lanza al aire; donde la verdad libera a las acciones de sus grilletes.


EL FIN

Madre, ha llegado la hora de que me vaya. Me voy.


Cuando la oscuridad palidezca y dé paso al alba solitaria, cuando desde tu lecho tenderás los brazos hacia tu hijo, yo te diré: El niño ya no está. Me voy, madre.


Me convertiré en un leve soplo de aire y te acariciaré; cuando te bañes, seré las pequeñas ondas del agua y te cubriré incesantemente de besos.


Cuando, en las noches de tormenta, la lluvia susurrará sobre las hojas, oirás mis murmullos desde tu lecho, y de pronto, con el relámpago, mi risa cruzará tu ventana y estallará en tu estancia.


Si no puedes dormirte hasta muy tarde, pensando siempre en tu niño, te cantaré desde las estrellas: Duerme, madre, duerme.


Me deslizaré a lo largo de los rayos de la luna hasta llegar a tu cama, y me echaré sobre tu pecho mientras duermas.


Me convertiré en ensueño, y por la estrecha rendija de tus párpados descenderé hasta lo más profundo de tu reposo. Te despertarás sobresaltada y mientras mires a tu alrededor huiré en un momento, como una libélula.


En la gran fiesta de Puja, cuando los niños de los vecinos vengan a jugar en nuestro jardín, yo me convertiré en la música de las flautas y palpitaré en tu corazón durante todo el día.


Llegará mi tía, cargada de regalos, y te preguntará: Hermana, ¿dónde está el niño? Y tú, madre, le contestarás dulcemente: Está en las niñas de mis ojos, está en mi cuerpo, está en mi alma.


EL HÉROE

Madre, figúrate que vamos de viaje, que atravesamos un país extraño y peligroso.


Yo monto un caballo rubio al lado de tu palanquín.


El sol se pone; anochece. El desierto, gris y desolado, se extiende ante nosotros.


El miedo se apodera de ti y piensas: ¿Dónde estamos?


Pero yo te digo: No temas, madre.


La tierra está erizada de cardos y la cruza un estrecho sendero.


Todos los rebaños han vuelto ya a los establos de los pueblos y en la vasta extensión no se ve ningún ser viviente.


La oscuridad crece, el campo y el cielo se borran y ya no podemos distinguir nuestro camino.


De pronto, me llamas y me dices al oído: ¿Qué es aquella luz, allí, junto a la orilla? Se oye entonces un terrible alarido y las sombras se acercan corriendo hacia nosotros.


Tú te acurrucas en tu palanquín e invocas a los dioses.


Los portadores, temblando de espanto, se esconden en las zarzas.


Pero yo te grito: ¡No tengas miedo, madre, que yo estoy aquí! Armados con largos bastones, los cabellos al viento, los bandidos se acercan.


Yo les advierto: ¡Deténganse, malvados! ¡Un paso más y son muertos!


Sus alaridos arrecian y se lanzan sobre nosotros.


Tú coges mis manos y me dices: ¡Hijo mío, te lo suplico, escapa de ellos!


Y yo contesto: Madre, vas a ver lo que hago.


Entonces espoleo a mi caballo y lo lanzo al galope. Mi espada y mi escudo entrechocan ruidosamente.


La lucha es tan terrible, madre, que morirías de terror si pudieras verla desde tu palanquín.


Muchos huyen, muchos más son despedazados.


Tú, inmóvil y sola, piensas sin duda: Mi hijo habrá muerto ya.


Pero yo llego, bañado en sangre, y te digo: Madre, la lucha ha terminado.


Tú desciendes del palanquín, me besas, y estrechándome contra tu corazón me dices: ¿Qué habría sido de mí si mi hijo no me hubiera escoltado?


Cada día suceden mil cosas inútiles. ¿Por qué no ha de ser posible que ocurra una aventura semejante? Sería como un cuento de los libros.


Mi hermano diría: ¿Es posible? ¡Siempre lo tuve por tan poca cosa!


Y la gente del pueblo proclamaría: ¡Qué suerte la de la madre al tener a su hijo a su lado!


MALA FAMA

¿Por qué lloras, hijo mío? ¡Qué malos son, pues siempre te regañan sin motivo! Mientras escribías, te has manchado de tinta la cara y las manos; ¿por esto te han llamado sucio? ¡Cómo se atreven! ¿Se les ocurrirá decir que la luna nueva es sucia porque tiene la cara negra de tinta? Te acusan por cualquier tontería, hijo mío; siempre están dispuestos a meter ruido por nada.


Jugando te rompiste tu vestido: ¿por esto te llaman destrozón? ¡Cómo se atreven! ¿Qué dirían de la mañana de otoño que sonríe a través de las nubes rasgadas? No te preocupen sus regañinas, hijo mío, ni la perfecta y minuciosa cuenta que llevan de tus faltas.


Todos sabemos que te gustan los dulces. ¿Y por esto te llaman goloso? ¡Cómo se atreven! Pues, ¿qué nombre nos darán a los que encontramos tanto gusto en besarte?


EL REGALO

Quiero hacerte un regalo, hijo mío, pues la vida nos arrastra a la deriva.


El destino nos separará, y nuestro amor será olvidado.


Ya sé que sería demasiada ingenuidad creer que puedo comprar tu corazón con mis regalos.


Tu vida es aún joven, tu camino largo. Bebes de un sorbo la ternura que te ofrecemos, luego te vuelves y te vas de nuestro lado.


Tienes tus juegos y tus compañeros, y comprendo que no nos dediques ni tu tiempo ni tus pensamientos.


Pero a nosotros la vejez nos da ocasión de recordar los días pasados, de reencontrar en nuestro corazón lo que nuestras manos perdieron para siempre.


El río corre rápidamente y rompe, cantando, todos los obstáculos que se le presentan. Pero la montaña inmóvil lo ve pasar con amor y guarda su recuerdo.


«Leemos mal el mundo, y decimos luego que nos engaña».


Rabindranath Tagore


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