Me conmueve.




 Un día, hace siglo y medio, llegaron dos delfines a Sevilla.

Subieron Guadalquivir arriba y la gente enloqueció cuando los vio jugando bajo el Puente de Triana.

No había por entonces programas de la 2 ni salas de cine donde ver jugar a esos animales tan sonrientes.

Ana, una jovencita todo alegría que trabajaba como dependienta en una pastelería de la calle Betis, escuchó el tumulto mientras limpiaba los cristales de la tienda. Pidió a su jefa permiso para asomarse al puente a ver qué pasaba.

—Pero sólo un minuto, Anita.

Entre la muchedumbre se abrió paso hasta conseguir ver a los delfines.

También vio a un señor con la cabeza metida en una caja de cartón y le preguntó qué hacía. Él le explicó que se trataba de una máquina para hacer fotografías y dejó que Ana metiera la cabeza allí.

Ya no se separarían más.

Pocos años después, Ana dio a luz a Antonio Machado.

Me conmueve la fuerza del azar.

Sesenta años más tarde, escapando de la Guerra Civil española, Ana, vieja y enferma, llegó cogida de la mano de su hijo a un pueblecito de Francia, pocos días antes de que muriesen los dos.

Totalmente perdida en su dolor, preguntó a su hijo.

—¿Ya estamos llegando a Sevilla, Antonio?

Esa Sevilla luminosa a la que un día llegaron dos delfines para marcarle su destino.

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