Los cuerpos de nuestros hijos e hijas les pertenecen.
Los cuerpos de nuestros hijos e hijas les pertenecen.
Desde los lóbulos de sus orejas para perforarlos o no cuando así lo decidan (sí, las costumbres y tradiciones también pueden y deben revisarse) hasta sus afectos y sus formas de relacionarse y sus personalidades.
Todo eso es enteramente suyo.
No podemos obligar a nuestros hijos e hijas a fingir algo que no sienten bajo la amenaza de enfadarnos si no actúan bajo nuestras prescripciones.
No, la buena educación no es dar un beso cuando no quieres darlo.
La buena educación de verdad es aquella que pasa por respetar a nuestros hijos e hijas.
No avergonzarles por no ser como los demás.
Por no hacer lo que el resto espera.
Porque cuando les forzamos a demostrar algo que no son.
Les estamos pidiendo que mientan por nosotros.
Que se conviertan en unos estafadores para tenernos contentos.
Sobre todo para que la gente no piense que no sabemos educarles.
Y esto lo único que hará es que no aprendan a decir que no.
Hará que se vean en situaciones en las que hagan cosas por presión social.
Que se traiciones por miedo a recibir una reprimenda pública.
Que se sientan mal por haber cedido.
Los hijos e hijas no son trofeos.
No son prueba de nuestras virtudes.
No son moneda de cambio para nuestro prestigio como seres humanos.
No podemos exigirles que cumplan una expectativa absurda para colmar nuestro orgullo.
Porque lo hijos, hijas e hijes han de ser ante todo libres.
Para ser fríos, o tímidas, o más calladas, o escandalosos.
Y nuestra función es proporcionar amor para que puedan desarrollarse de la manera que deseen.
Aunque nosotros hubiéramos hecho otra cosa o no nos guste algo.
Nuestros hijos e hijas no están aquí para gustarnos.
Están aquí para gustarse a sí mismos.
Para que los besos que den estén siempre amarrados a ese muelle que habitan los sentimientos.
Para que así puedan hacer de sus vidas.
Ese lugar honesto.
Desde el que poder zarpar.
@roygalan
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