No volvamos a las cavernas.


 He visto varias veces un anuncio de Resines que me parece desafortunado.

Aparece en una peluquería y dice todo lo que le sobra, entre otras cosas un disco de jazz francés, la decoración del local y el uniforme del peluquero.

—Yo vengo a cortarme el pelo, y punto —sería el resumen del anuncio—. Que no me cobren de más (que no me toquen los huevos, le falta decir)

Sí, hay mucha gente que tiene el dinero justo para ir a cortarse el pelo. Y existen las peluquerías low-cost. Faltaría más.

Sin embargo, si todo lo hiciéramos tal como él define, simplemente Resines no trabajaría como actor, ¿para qué sirve un actor? Ni le habrían pagado para hacer ese anuncio, porque no lo conocería ni su padre. 

Tampoco existiría el jazz, ni la decoración, ni las empresas que se dedican a elaborar uniformes.

Me parece sibilino, además, lo de ponerle el adjetivo de francés al jazz, para hacerlo más ajeno. Quedaría peor decir un disco de flamenco andaluz.

El anuncio, como tantos mensajes en estos últimos tiempos, me parece populista. Rancio. Pensado con las tripas, de puro chuleo. Una gracieta sin gracia. Muy de machito perdonavidas encantado de haberse conocido.

Afortunadamente la vida es más sutil, y yo sí quiero que existan profesiones que no sirvan para nada. Gente que cante, que decore, que interprete, que ponga color a la vida. Quiero que haya una flor en la mesa del restaurante, que suene buena música en el taxi, quiero leer novelas por el puro placer de leer, y viajar, aunque no gane nada físico con ello, quiero visitar exposiciones que no son necesarias para sobrevivir y sí, quiero escuchar jazz. Francés. Me ha creado una necesidad. Jazz francés por un tubo.

Si tuviera más pelo, iría a esa peluquería con los ojos cerrados.

No volvamos a las cavernas.

Salvador Navarro fb

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(Pintura de Mikhail Larionov)


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