EDWARD G. ROBINSON.



EL CASO EDWARD G. ROBINSON (Emanuel Goldenberg, Bucarest, 1893-Los Ángeles, 1973) es muy posible que no diga demasiado a las nuevas generaciones, sin embargo desde los años treinta resultó ser un nombre que se mencionaba entre los grandes actores de carácter a la manera que se hacía, por citar un ejemplo con Spencer Tracy, al que por cierto sustituyó en “El gran combate” de John Ford…Edward fue durante un tiempo un visitante de la Casa Azul de Diego Rivera, con la voluntad de demostrar sus simpatías por Trotsky. Robinson fue sin duda uno de los mejores actores de la historia del cine, amén de uno los rostros más característico del “cine negro” (o sea del mejor y más comprometido de la “edad dorada” del Hollywood “rojo”) Entre otros ejemplos, Robinson fue el protagonista de la primera película antinazi norteamericana, “Confessions of a nazi spy” (Anatole Litvak, USA, 1939), y también de otra en que se advierte de la pervivencia del nazismo en la mayor cotidianidad, “El extraño” (Orson Welles). Reconocido por sus ideas avanzadas, Robinson fue perseguido por el Comité de Actividades Antinortemericanas salvándose por su vergonzoso “arrepentimiento”. No obstante, durante los años cincuenta se vio obligado a reducir su intervención en películas de serie B –excelentes muchas de ellas--, a pesar de su “arrepentimiento”, escenificado bochornosamente mientras formaba parte del jurado del Festival de Cannes, desde el cual vetó “¡Bienvenido, Mr. Marshall” (Luis García Berlanga, 1952), por sus referencias “antinorteamericanas”.

Durante la segunda mitad de los años treinta, Robinson sin embargo ayudó al SWP, y visitó furtivamente a Trotsky (lo que no dejaba de ser un riesgo para su carrera, que se hubiera visto comprometida de haber trascendido públicamente, algo nada extraño dado el cerco existente sobre Trotsky). El actor alegró y animó algunas sesiones cinematográficas con todos los integrantes de la mansión de la pareja de artistas, y proyectó algunas de sus brillantes películas como “El último gánster” (Emil Ludwig, 1937), que explica el ascenso de un gánster (Robinson) enfrentado que pone en peligro la vida de un honesto trabajador (James Stewart). Este caso puede constar como un ejemplo de la atracción personal que ejercía Trotsky sobre muchos artistas e intelectuales, como un ejemplo palpable de la “inmensa levedad del ser” de los famosos de Hollywood, aunque en el caso de Robinson cabe añadir que, a pesar de su claudicación,  siguió siendo consecuente con el buen cine hasta el final de sus días, y que llevó con dificultades sus problemas de conciencia.


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