Nos educaron para no valorar la belleza,



Nos educaron para no valorar la belleza,

si me detenía en medio del campo

a sentir el beso del viento mientras 

las flores bailaban al jazz de su melodía, 

me decían que no perdiera el tiempo. Si 

miraba las estrellas quienes me hacían 

guiños de luz celeste, alumbrando un 

poco la oscuridad del bosque espiritual,

me sostenían que era un loco.

No le temía a nada, más no sabía amar.

Entonces discerní en la rebeldía del 

corazón, me di cuenta que hay leyes que esclavizan y leyes que liberan. 

Puse mis convicciones 

a prueba al escuchar con atención el 

canto de las aves, aquellas que hicieron 

de mi tímpano la obra de arte más 

hermosa. Me enseñaron que el amor 

tiene muchos matices: el abrazo, el 

beso, la caricia, la bondad, el altruismo, 

la apreciación; el rayo de sol que está 

en los ojos del firmamento, donde se 

construyen óleos musicales. Mismos

que se enmarcan en el museo del alma. 

La palabra trató de convencerme, 

el ejemplo me arrastró como relámpago 

hasta lo recóndito de la naturaleza.

¿Por qué temerle a la profundidad del mar?; cuando allí están las perlas más sublimes.

En macondo comprendí que si un enemigo insiste en la guerra, se incapacita para 

luchar. Mostrándole la lindeza. 

Descubrí también que acecha no es lo 

mismo que asecha, la literatura de la vida 

me enseñó en la primera a Dios entre los 

cielos. 

Autor: Jorge Ediel 

Imagen tomada en la red.


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