Josephine Baker en su camerino.

 


 Madrid. 10 de febrero de 1930. La Venus de Ébano llegó en tren dos días antes, procedente de París, para actuar en el Gran Metropolitano. Su visita causó un revuelo tremendo en la capital. La llamaban Josefina Baker. Decían que «ejecutaba danzas lúbricas de salvajismo primitivo que excita los groseros instintos de la parte animal, hacía ostentación de impudor cínico y desvergonzante que asombra al público con sus desnudeces»

Su padre era español, platanero, residente en Missouri. Y su madre era una mujer negra que se ganaba la vida lavando la ropa de los demás. Y allí nació en 1906. Empezó a bailar en un  pequeño teatro de Filadelfia. 

De ahí se trasladó a Nueva York. Allí cosechó tantos éxitos como escándalos. Su vestuario era demasiado escaso para la época.

Finalmente, se mudó a París, abrió un cabaret, se compró un castillo y construyó una escuela para niños pobres. 

Consiguió la nacionalidad francesa y, antes de que llegasen los alemanes, se fue a Marruecos y se puso al servicio del servicio de inteligencia francés para trabajar como espía.

Para muchos fue la primera vedette internacional. Y hace unos días se convirtió en la primera mujer negra en ser acogida en el Panteón Nacional de Francia.

Fotografia: La Historia a color.
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