“¿Cómo estás”?



 Estoy aquí para ayudarte, estoy aquí para ti y no voy a pedirte nada a cambio

David Graeber es un conocido antropólogo que ha adquirido notable fama por su activismo social. Una de sus teorías más recurrentes es aquella donde focaliza su visión crítica sobre el modo en que el dinero y la economía está destruyendo por completo nuestro altruismo primigenio, nuestro “gen” por favorecer la cohesión, por fomentar esa unión esencial entre los grupos humanos con la que preservar nuestra supervivencia, nuestro bienestar y la armonía.


Para justificar esta idea Graeber nos habla de los Inuit de Groenlandia o de los iroqueses. Explica que en estas comunidades existió siempre no solo una preocupación sincera de los unos por los otros, sino que además, no se concebía la idea del pago de un favor o incluso la obligación de devolverlo. Tal y como dicen los Inuit “en nuestro país somos humanos y nos preocupamos los unos por los otros“. Si alguien necesita unos zapatos, solo tiene que pedirlos. Si un cazador no ha tenido un buen día, sus vecinos compartirán con él parte de su comida.


Como vemos, tanto en el pasado como en algunos pequeños resquicios de nuestro presente, hay grupos de personas que basan todas sus interacciones en el altruismo y en un interés intrínseco, auténtico y constante por ese ser humano que al igual que yo, pasa sus dificultades, sus necesidades, que atraviesa sus miedos, sus hambres, sus soledades… Hay por tanto una voluntad sincera por alzar el rostro más allá de la pequeña isla del ego para sortear las fronteras individuales y apreciar así al otro como parte de uno mismo.


Algo que sin duda, deberíamos poner más en práctica en nuestras sociedades avanzadas y aparentemente, “aventajadas”.


Un “¿Cómo estás”? terapéutico, el que va más allá de los formalismos

Admitámoslo, en el día a día la expresión más recurrente en ese nuestro lenguaje cordial es el clásico “¿cómo estás?, ¿qué tal todo?”. Lo dejamos ir sin esperar respuesta, como entradilla al diálogo y donde rara vez esperamos que la otra persona se sincere, porque apenas dejamos tiempo de respuesta o porque sencillamente, preferimos los formalismos a la sinceridad, la apariencia a la autenticidad emocional.


“Sólo quien sabe cuidar lo ajeno puede poseer lo propio”.


-George Gurdjieff-


Un “¿cómo estás”? acompañado por una sonrisa sincera y una mirada que acoge esperando nuestra respuesta es terapéutico y reconforta. Porque a veces no hace falta más, porque en ocasiones bastan esas dos palabras mágicas para sentir que estamos a salvo, vinculados a alguien significativo y acogidos con los cinco sentidos del corazón para entender que pase lo que pase, todo va a ir bien.


La psicología evolutiva, por curioso que parezca, tiene mucho que decir en este mismo tema. Dentro de esta perspectiva se defiende la idea de que el ser humano desarrolló su inteligencia social al promover el cuidado y protección de los miembros del grupo y al rechazar al cazador o recolector que iba “por libre”, al individuo que no cooperaba, que miraba únicamente por el propio beneficio renegando o no apoyando a sus semejantes.


“El principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado, reconocido y valorado”


-William James-

Vía: La mente es maravillosa


Comentarios