Carta de Anton Chéjov a Olga Snipper, su esposa.



Yalta,
1 de septiembre de 1902
Querida, querida mía,
De nuevo recibo una carta tuya extraña. De nuevo culpas a mi pobre cabeza de todo y de cualquier cosa. ¿Quién te dijo que yo no quería volver a Moscú, que me había ido para siempre y que no iba a regresar esta primavera? ¿No te escribí simple y llanamente que al final volvería en septiembre y viviría contigo hasta diciembre? Y bien, ¿no lo hice? Me acusas de no ser franco, pero olvidas todo cuanto te digo o te escribo. No sé qué debería hacer con mi mujer ni cómo tendría que escribirle. Dices que tiemblas al leer mis cartas, que ha llegado el momento de que nos separemos, que hay algo que no logras entender en todo esto… Me parece, querida, que la culpa de todo este lío no es ni tuya ni mía, sino de algún otro, de alguien con quien habrás hablado. Alguien te ha hecho desconfiar de mis palabras y de mis sentimientos; todo te parece sospechoso, y yo no puedo hacer nada contra eso, nada en absoluto. No intentaré disuadirte ni convencerte de que tengo razón, porque no sirve de nada. Escribes que soy capaz de vivir contigo en completo silencio, que solo necesito a la amble mujer que hay en ti y que como ser humano te sientes extraña y ajena a mi. Querida, eres mi esposa, ¿cuándo vas a entenderlo? Eres la persona que está más cerca de mí, y la más querida; te quiero infinitamente, aún te quiero, y tú te describes como una mujer «amable» que se siente aislada y sola…Bien, que sea como tú quieras si no hay otro remedio.
Estoy mejor de salud, pero he pasado una tos muy fuerte. No ha llovido nada y hace calor. Masha se va el cuatro y llegará a Moscú el seis. Me dices que le enseñaré tu carta a Masha. Gracias por la confianza. Por cierto, Masha no tiene la culpa de nada. Tarde o temprano te darás cuenta tú misma.
Empecé a leer la obra de Naidenov. No me gusta. No tengo ningunas ganas de leérmela entera. Envíame un cable cuando te traslades a Moscú. Estoy cansado de escribir a las direcciones de otros. Y no te olvides de mi caña de pescar, envuélvela en papel. Estate alegre y no triste, o al menos, intenta parecer alegre. Sofía Sredina vino a verme; tiene un montón de cosas que decir, ninguna de ellas interesante. Lo sabe todo acerca de tu enfermedad y sobre quien estuvo a tu lado y quien no. Madame Sredina, la mayor, ya está en Moscú.
Si te parece beber vino, dímelo y te traeré un poco. Escribe y cuéntame si tienes dinero y si te las arreglarás hasta que yo llegue. Chaleyeva está viviendo en Alupka. Vive muy pobremente. Estuvimos cazando ratones.
Escribe y cuéntame qué haces, en qué papeles repites y qué otros nuevos estás ensayando. No eres tan perezosa como tu marido, ¿verdad?
Querida, sé mi esposa, sé mi amiga, escríbeme buenas cartas y deja de sembrar melancóleras, no me tortures. Sé una esposa gentil y amable, la esposa que eres en realidad, al fin y al cabo.
Te quiero más intensamente que nunca, y como marido soy completamente inocente. ¿Por qué no le entiendes, alegría mía, mi pequeño garabato?
Adiós. Sigue bien alegre. No dejes de escribirme todos los días. Te beso, muñequita, y te abrazo.
Tuyo,
A.

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