PARÁBOLA DE LA LECHUGA.


Si siembras una lechuga y no crece, no se te ocurrirá culparla por ello. Intentarás buscar los motivos del por qué no brota bien. Pensarás que quizá necesite abono, más agua o menos sol. Jamás culparías a la lechuga. Sin embargo, en cuanto tenemos problemas con un amigo o con algún familiar, culpamos rápidamente a la otra persona. Aunque si supiéramos cómo cuidarla, crecería bien, como una buena lechuga. Culpabilizar no tiene absolutamente ningún efecto positivo. La experiencia me lo ha demostrado. Si comprendemos, lo manifestamos y somos capaces de amar; por lo tanto la situación cambia.


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