EL TIEMPO ES UNA IMAGEN MÓVIL DE LA ETERNIDAD
Platón
El tiempo es tan subjetivo y tan abstracto, que pareciese ir de la mano de nuestros estados de ánimo, por eso es totalmente relativo, como dedujo Einstein. Parece ir más aprisa cuando el mundo se nos presenta generoso, pero curiosamente, se torna lento y pesado, cuando nos asedian las dificultades.
Pero, para apreciar mejor su potencial; quizá fuera necesario, observarlo a través del filtro de los recuerdos.
Cuando fuimos niños, nos sobraba dulzura y felicidad; pero nos faltaba tiempo para gastárnoslas. Era el tiempo del "uno más". Un jueguito más, un cuentito más, un ratito más... Y había que ver cómo anhelábamos la llegada del día siguiente, para volvernos a precipitar en caída libre en ese expreso que nos conducía a un mundo que era habitado por hobits, elfos, duendes, pequeños liliputienses y seres fantásticos, venidos de todas partes y cuyo único propósito era, no tomarse la vida demasiado en serio.
La alegría de entonces, se nos venía en oleadas horizontales. Planeamos cazar fantasmas, recolectar estrellas fugaces, fabricar puentes invisibles, bautizar mariposas y atrapar al ángel de la guarda. Trazamos mapas, llevamos cuentas, hicimos cálculos y de hecho, lo habríamos logrado, pero... crecimos y lo olvidamos. No hubo tiempo. Abandonamos la niñez muy pronto, la dejamos enterrada en el cofre de los tesoros. Ese cofre que enterramos en la esquina de la cuadra. Un rinconcito de acera que nos perteneció muy poco tiempo y que fue ocupado por otros chicos que vinieron a relevarnos.
Cuando fuimos niños, nos sentamos a contemplar el mundo y a tratar de interpretarlo a nuestra muy quijotesca manera. Pero el tiempo siguió su curso, inalterable, como una flecha disparada hace mil años.
Abandonada la niñez, llega la etapa que está demarcada por la odisea de nuestras vidas.
Nos falta tiempo para todo. Lo queremos "todo, al mismo tiempo y ahora" y al ir tras ello, vamos dejando en el camino, todos nuestros rostros del pasado y nos convertimos en una mala versión del yo que un día soñamos.
No añoramos al niño que fuimos y el anciano que seremos, es un ser lejano, demasiado ajeno.
Ahora, contemplar el mundo, no nos interesa y tratar de interpretarlo, menos, lo que queremos es cambiarlo, y ¡vaya que lo logramos! Ninguna otra época ha sido tan versátil, polifacética y aprovechable.
Hoy, un hombre en su adultez, puede lograr casi cualquier cosa, lo que proyecte y aún sin recursos y puede derribar cuántos obstáculos se le pongan en frente. Pareciera que ya fuésemos demasiado viejos, cuando apenas estamos comenzando a vivir. Nos hacemos viejos antes del tiempo y nuestra juventud, como se tuvo que vivir, fue a formar parte de las reliquias de nuestro cofre de los tesoros.
Un anciano no es sabio sólo por haber leído muchos libros, sino también por haber recopilado la suficiente experiencia, como para cometer el menor número de errores posibles. Lo paradójico es que llegados a la vejez, lo único que lamentan es no haber cometido más. Los jóvenes conocemos las reglas, pero los viejos se saben las excepciones.
Uno no es lo que ha vivido, sino lo que recuerda.
Un anciano lleva consigo un compendio de memorias y remembranzas, y eso lo convierte en un ser nostálgico, pero no necesariamente porque haya tenido una existencia difícil, sino, porque cuenta con la suficiente sabiduría y experiencia para entender que la vida había que gastársela toda. Y que tuvieron las ganas, los motivos, las razones; pero no se hizo y el tiempo siguió su curso. Y cuando se percataron de su propia inexistencia, ya no había tiempo y la tristeza se les vino oblicua.
Mucho se olvida y poco se queda. Sólo existe lo que nos conduce derecho por ese imaginario río del tiempo a lo profundo de nuestra vida.
Pensamos siempre que en cada etapa pasada estábamos muy lejos de ser felices, y pasado un tiempo pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar los momentos amargos y los pinta de otro color. Y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en las fotografías antiguas, que parecen iluminadas por el resplandor ilusorio de la felicidad.
Así van los recuerdos, entre la dicha y la nostalgia. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos. Pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba la canción. Y los recuerdos van tomando fuerza a medida que crecemos, porque antes los recuerdos sólo eran matices que les daban forma a los días por venir.
Volver la vista atrás es una cosa y marchar atrás es otra. Por esto es que reconocer el pasado y mirarlo de frente, es muy diferente de engancharse con él. No se trata de evadirlo ni de olvidarlo, pero tampoco de seleccionar solamente los momentos convenientes para sufrirlo o para añorarlo. El pasado es nuestra memoria y estaría bien utilizarlo como fuente de nuestra biografía y no como sillón paralizante. Así es como se puede vivir en el presente, dando a cada día su lugar y su tiempo, mientras creamos el incierto futuro con la confianza que da el gusto de estar vivos.
García Márquez
Todas las cosas que hagas durante tu vida serán insignificantes, pero es muy importante que las hagas.
Gandhi.
Nadie vivirá nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestras palabras, y sobre todo, nadie establecerá con los demás las relaciones que sólo son nuestras. Nadie querrá a otro con nuestro corazón. Por ello es tan importante vivir de verdad, en definitiva, hacerlo con intensidad. No dejar pasar de largo esa irrepetible posibilidad.
Pero para ello no hay receta, ni consigna. Somos seres cotidianos que nos debatimos en un mundo que queremos mejor, somos nostalgia del infinito, precisamos levantar los ojos, mirar las estrellas, confundirnos con el universo y preguntarnos por el sentido de nuestra vida.
Y sobre todo, preguntarnos: ¿qué legado dejaremos un día de estos? Porque llegará un día en que será tarde para dar respuesta a esa pregunta.
Si soñar un poco es peligroso, la cura no es soñar menos, sino soñar más, soñar todo el tiempo.
Marcel Proust.
La vida es la que es, y en gran medida, la que decidimos que sea, pero más allá de lo que entendamos de la vida, hay que implicarse, jugar la partida, girar el tablero; llevar la vida en los propios brazos. No estamos predestinados para nada, somos actores de esta vida que pudiera ser única. Anticipemos entonces si el último día valoraremos positivamente nuestro discurrir por ella.
Aprovechemos cada oportunidad, pues, al igual que pasa con el amanecer, si llegas tarde ya se habrá ido.
Estar vivo es mucho más que no estar muerto. Tenemos la oportunidad de elegir uno de los futuros posibles, y para ello, hay que entretejer la vida con ilusiones, porque son ellas las que construyen nuestros sueños.
Y es cierto que la vida muchas veces carece de sentido, que es un enigma lleno de incertidumbre y grandes esperas. Razón de más para condimentarla con imaginación y fantasía. Y terminar de entender de una buena vez, que lo importante en la vida no es el éxito, sino el sentido. Y que sólo disfrutaremos de nuestra existencia cuando seamos capaces de contemplar el paso del tiempo como un regalo, y de asumir cada día como una oportunidad para reinventarnos y sonreír.
No endeudemos la vida, ni la convirtamos en una existencia de alquiler. Ella es un escenario incesante de aprendizaje, que no te esclavicen los "no puedo" y los "imposibles", porque entonces conviertes tu existencia en una profecía autocumplida. No vivas en el limbo de una vida vacía y sin sentido.
Que no importe el hecho de saber que no vamos a salir vivos de ella y que aunque la ciencia nos diga que somos parte insignificante del cosmos, jamas olvidemos que también somos insustituibles. Pero sobre todo, no abandones tu paisaje sin haber encontrado un buen amigo, la vida no vale la pena sin un vínculo de lealtad con el que deambular por ella. Somos un conjunto de diminutas partituras que debemos interpretar, como una muestra de jazz que hemos de improvisar sobre la base del legado que recibimos, y si alguien nos ofrece una muestra de su propio repertorio, debemos entenderlo como generosidad. Cuando alguien nos regala un pedacito de su ser, lo que piensa, siente, lo emociona o conmueve, inaugura en nosotros un contagio que debemos agradecer. Vale la pena vivir por una tertulia, una caricia, una sobremesa, un paisaje, un viaje, un libro o una canción. Pero si nada de nada viene hacia ti, entonces recurre al plan "ve".
La distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente.
Einstein.
Por más que recordemos el pasado o anticipemos el futuro, vivimos en el presente. El tiempo fluye en el sentido de que el presente se va actualizando de modo constante, esa es una verdad irrefutable.
Todos tenemos una verdad en común, nacemos y morimos, lo único que nos diferencia es lo que hacemos en el medio entre esos dos eventos, lo que hacemos en cada presente.
Aún hay tiempo para dejar salir al niño que anhelaba trepar los árboles y jugar con su amigo imaginario. No permitamos que la vida nos vaya endureciendo el corazón y démosle el permiso a nuestras palabras de seguir siendo gráciles, dulces y gentiles.
¡Enhorabuena! para aquellos ancianos que jamás olvidaron su cofre de los tesoros y llegaron al umbral de sus vidas, con la paz y la dulzura propia de quien envejece con tranquilidad y nunca se quedó corto de tiempo, cuando se trataba de llenar su ser fundamental, para los que nunca olvidaron la verdadera esencia de las cosas y sueñan aún con esa infancia añorada de globos surcando como fuego el cielo.
A veces en las noches
cuando suenan las campanas,
mi infancia recorre tierras extrañas,
la oigo venir desde lejos, en la distancia,
de otros cielos, de otra arcilla,
de profundidades amarillas.
Porque todavía,
todavía mi infancia
viene a buscarme,
con un golpe en las piernas
y en sus labios una sonrisa salvaje.
Ella se camufla en el aire
porque ella es muy linda, muy suave y muy frágil,
y tiene miedo de la gente grande.
Me viene a buscar
a mi cuarto de sueños,
de lejanos mundos sin orilla,
y me cuenta que con una hoja de papel
aún navega los mares,
y atraviesa las selvas deslizándose por los árboles.
Después entre lloriqueos me cuenta
sentada sobre mis rodillas
que una nube se llevó su cometa,
y que un niño casi la atropella con su bicicleta.
Mi amor, entonces
le cura las heridas
porque con su presencia
mi cuarto de sueños
se convierte en un valle de vida.
¡Mi infancia, mi infancia!
con un golpe en las piernas
todavía viene a buscarme.
Todas las personas mayores fueron niños, pero pocos lo recuerdan.
Antonio de Saint-Exupéry.
Solo un niño puede ser completamente feliz porque no tiene aún la mancha del pasado y el mecanismo cruel de su memoria apenas rueda. No le han tendido la trampa, mientras tanto, mientras juega…
https://youtu.be/wZMj91S1T2M
Comentarios
Publicar un comentario