Nunca supe despedirme.

 


Nunca supe muy bien cómo despedir a aquellos que jamás quise que se fueran. Lo cierto es que yo nunca fui de despedidas. Odio el último beso y el último abrazo. Y la palabra ‘adiós’ siempre estuvo en el lado de las que nunca quiero nombrar. 

Pero un día llega el momento en el que tienes que hacerte más fuerte que nunca para hacerlo. Y aun así, no he sido capaz. Porque soy de las que piensa que hay personas que no se van, aunque ya no estén. Porque no se puede decir adiós a los que no se van a ir. Eso no tiene sentido.

Así que traté de despedirme de la forma que sé, a mi manera. Trate de guardar fotos y retener recuerdos. De mantener por siempre olores en mi olfato, y sonidos en mi oído. Y grabé en mi retina cada una de las sonrisas, miradas y momentos que merecían la pena, mientras trataba de sentir, una vez más, cada uno de los abrazos.

Yo nunca fui de despedidas, pero un día tuve que mirar al cielo y aprender a echar de menos.

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