Había una vez un duende que tocaba una guitarra.

 


Había una vez un duende que tocaba una guitarra; mientras hablaba con él cada noche, los vecinos murmuraban que estaba loco y que necesitaba de una buena paliza de mi padre para dejar de alucinar. Nunca hablé con los vecinos. Mi padre nunca me llevó al psiquiatra. Una noche, el duende desapareció. Tenía 7 años.



Como en un salto cinematográfico ha pasado medio siglo y me he divorciado un par de veces. Un día, luego de buscar la foto de mi hijo fallecido aquella tarde de otoño que he preferido olvidar, escuché unas notas lejanas. Era el duende; estaba parado junto a la ventana. Quise preguntarle si sabía algo del Jonathan, o si había charlado con mi madre. El duende no dijo una sola palabra. Sólo me hizo una señal, para que lo acompañe.


En medio del parque, aquél místico ser me condujo hasta un árbol que tenía un nombre inscrito con una llave. No lo podía creer; a veces cuando algo fuera de lo común sucede simplemente pasa desapercibido. El duende me entregó la llave, y casi de inmediato regresé a mi casa.


Una vieja y sucia caja de madera aguardaba desde siempre en el fondo de un armario. Junto a la caja encontré un álbum con fotos del Jonathan y de Lucía, mi ex-esposa. Una emoción inexplicable acompañada de un temor profundo hicieron latir mi corazón como nunca. Era un momento solemne. Pero no pude con él.


Mañana abriré la caja.


A Fernanda

nikolalde.blogspot.com

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