Vivir es, también, homenajear a los que, queriendo vivir, se fueron.


 La muerte, cuando te toca muy de cerca, te paraliza. 

Más aun si la persona a la que secuestró para siempre estaba loca por vivir.

Es una parálisis destructiva, que ataca los cimientos de tus energías para decirte, 'conmigo no puede nadie'. Te robo lo más hermoso y me río de tu impotencia. Y con ella se lleva una parte de ti, de tus secretos, de tus recuerdos olvidados. Desaparecen para siempre llamadas, abrazos, viajes, cenas, paseos, risas y consuelos futuros. Nunca más un wasap con su corazón.

Te cortan un dedo de la mano reservada para los grandes amigos.

Ante eso me planteo que no tengo nada que decir que gane al silencio, nada que escribir que mejore al papel en blanco. Todo parece prescindible. Superfluo.

Pero cuando te encuentras en el lado seguro del puente y ves, impotente, que alguien querido se agarra con todas sus fuerzas desde el otro lado para no despeñarse en el precipicio, que tus manos no llegan a la punta de sus dedos para socorrerle, lo mínimo que puedes hacer, si esa persona acaba cayendo, es apreciar la suerte de estar allí donde tu amigo quería estar, en la zona segura, vallada, donde hace sol y te puedes reír por tonterías.

Si al perder a alguien te dejas llevar indefinidamente por el desconsuelo, estás despreciando la batalla de esa persona por sobrevivir. Le escupes a la cara sus esfuerzos. Le quitas valor a su dolor. Ridiculizas su lucha. Te haces cómplice de la muerte.

Uno muere cuando muere, pero no muere la vida, los que te quieren, la ciudad que te vio crecer, el cielo azul, los niños, las carcajadas sonoras ni el café de media tarde.

Cuando alguien se va tenemos el reto de valorar el ansiado regalo que para siempre habría perdido esa persona de no ser porque nosotros lo disfrutamos en su nombre, ofreciéndole nuestros ojos, nuestra risa y nuestro corazón. Haciéndoles presente entre nosotros. Dándoles su espacio.

Vivir es, también, homenajear a los que, queriendo vivir, se fueron.

Mientras yo exista siempre vivirá esa parte bonita de Montse que hay en mí.

(Pintura de Mario Carreño)


Salvador Navarro - Contador de historias

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