Partamos desde el siguiente escenario —dijo Bernui—: nacemos sin pedirlo. A partir de ahí, todo lo que se dice de la vida en mérito propio son puras patrañas. No somos especiales. No somos ineludibles. Y lo único que nos sostiene, diariamente, es la casualidad de no ser asesinados o de no padecer alguna enfermedad terminal. La perfección, o la persecución de esta, es la ilusión del hombre en búsqueda de Dios. Un Dios que es él mismo y a quien nunca va a encontrar porque espera que sea infalible, justo, amoroso; todo lo que no puede ser el hombre por su propia naturaleza.
Gian F. Huacache | La juventud de Seda
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