AL OTRO LADO.



—¿Por qué lloraba mamá? —preguntó Aisha— ¿No estoy guapa?

Acaricié la cabecita rapada de la niña donde hasta hacía una hora había una selva de rizos azabache y la estreché contra mi pecho.

—Estás preciosa, cariño. ¡No te quites el collar, es mágico! Métetelo debajo de la ropa, que no lo vea nadie.

En el aeropuerto una miríada de gente se agolpaba contra una alambrada tratando de atravesarla. Los últimos aviones se disponían a salir de Afganistán y militares americanos desfilaban al otro lado de la maldita valla para volver a su hogar. No tenía ninguna esperanza de subir a uno de esos aviones, pero Aisha… Traté de abrirme paso con mi hija en los brazos, pero pronto me encontré con un muro impenetrable de cuerpos que olían a miedo y a sudor. Miré a la niña a los ojos y la besé en la frente.

—Ahora tienes que ser muy valiente, vas a irte de viaje —le dije estrechándola muy fuerte—. Ya eres mayor, tienes casi tres años, así que sé que te portarás muy bien.

Sin esperar más levanté la niña por encima de mi cabeza y la tendí al hombre que tenía delante.

—¡Llevadla al otro lado! —grité con todas mis fuerzas antes de que unas manos se llevaran lo que más quería en esta vida.

Vi a Aisha pasar de mano en mano hacia la verja, la pequeña se puso a llorar y a gritar “¡Papá! ¡Papá!”, pero no había vuelta atrás. No había esperanza para mi mujer y para mí, pero ella…

De repente perdí a la niña de vista entre el gentío. Alguien la había bajado al suelo, ¡iban a aplastarla! Loco de desesperación me abrí paso a base de golpes y gritos, buscándola en vano, agachándome para mirar entre cientos de piernas que me daban patadas y pisotones. Nadie sabía decirme dónde estaba, por dónde había pasado, la mayoría ni siquiera me escuchaba. Mi corazón dejó de latir, mis oídos dejaron de escuchar, mis ojos dejaron de ver la barbarie, solo me oía repetir su nombre una y otra vez. De repente apareció a lo lejos como una ofrenda que pasaba de mano en mano y volví a respirar. Lloraba, pero estaba viva. Llegó a la valla, la pasaron por encima y se quedó suspendida en el aire esperando que alguien la cogiera al otro lado. Por favor, que alguien se la lleve, supliqué al cielo mientras la turba enloquecida me engullía. Que no la dejen caer, es muy pequeña… Por favor… Por favor…

Cuando recobré el conocimiento estaba en el suelo, apartado de la gente. Me puse en pie, mareado, y miré hacia los aviones. Los últimos soldados estaban embarcando. A lo lejos distinguí que uno de ellos llevaba un niño en brazos. Mi Aisha se llevó la mano por debajo de la ropa y tocó su collar mágico. El pequeño saquito de tela que contenía nuestros nombres, su identidad. Lo único que le quedaba ya de nosotros.

©Vanessa Requena #RelatosConFrescura


Ojalá esto fuera un relato, pero es lo que he visto hace unas horas por televisión. No me imagino el nivel de desesperación para pasar a tu hijo de mano en mano por una muchedumbre con la esperanza de que alguien le salve la vida al otro lado.

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