QUERIDA SEÑORA DE LA HAMACA DE RAYAS.

 

QUERIDA SEÑORA DE LA HAMACA DE RAYAS:

Soy la mujer de la toalla de al lado.

La que ha venido con un niño y una niña.

¿Sabe? Llevo todo el verano

fijándome en usted.

Aquí, donde todo el mundo va y viene,

corriendo y saltando,

sin pararse, casi nunca,

a mirar al de al lado;

donde las personas nos convertimos en manchas

de colores sobre las olas y el prado,

usted es la mirada tranquila

que nos contempla a todos

desde un lugar privilegiado.

No desde su hamaca, no:

desde sus años.

Desde la sabiduría

que sólo una vida entera

puede llegar a tejer.

Sé que nos ha visto,

porque la he visto mirarnos.

La vi mirar con ternura a mi hijo

cuando rescató a un escarabajo.

La vi mirar con curiosidad

al niño que no estaba jugando,

y con pena a la chica del bañador aquel.

Un día que hizo bastante frío,

no pude no ver su sitio vacío

y, aunque le parezca extraño, la añoré.

Supongo que porque llevo todo el verano

imaginándonos a ambas

observando mano a mano,

y preguntándome cómo será la playa

vista a través de sus años.

A través de sus arrugas y las manchas de su piel.

La miro ahí, en su humilde trono de madera y rayas,

y me pregunto qué batallas

han quedado en su camino.

Cuántas habrá ganado.

Cuántas más habrá perdido.

En cuántas, con la vida, habrá quedado a pre.

Me pregunto qué cosas

les enseñará a sus nietos.

Si les cuenta historias,

si les cuenta cuentos.

Si habrán liberado juntos

a un unicornio alguna vez.

Me pregunto si le gustan

las pastas de la guinda,

si alguna vez ha pasado hambre.

Y me respondo a mí misma

que probablemente así fue.

Porque, ciertamente, no es el suyo un gran trono

para dar postura, o para dar reposo,

a la reina que se adivina sobre él.

Me pregunto si aún estará casada,

o si él ya habrá partido.

Si tuvo algún amor

que no fuera su marido.

Si realmente lo amaba,

si quizás amó a otro hombre.

O si puede que, en secreto,

amara a otra mujer.

Me pregunto si se ha bañado

desnuda en un atardecer,

en un río, bajo la lluvia, antes de ser

lo que los demás esperaban de usted.

¿Lo ha sido?

¿Ha sido quien los demás querían?

¿O ha sido quien usted quería ser?

Porque la veo tan sabia,

tan grande y tan lejana,

que me pregunto si no querría

ser nómada en el bosque,

y no la reina del castillo

que quizá le ha tocado ser.

Qué injusto es que vivamos esclavos

del tiempo en que nos toca nacer…

Me pregunto, desde su trono, mi reina,

¿el mundo cómo se ve?

Desde mi toalla, se ve bonito.

Al fin y al cabo,

cada uno ve las cosas con su propio cristal,

y yo lo hago con el mío.

Creo que es de colores,

y que aún lo conservo limpio.

Aunque confieso que me preocupa

cuidar del cristal de mis hijos,

porque es tan bella la vida,

y tan frágil la belleza,

que a veces me da miedo

pensar que se pueda romper.

Pero en fin… De ser feliz, trata la vida.

De amar mucho, ser una misma,

ganar a veces y si no aprender.

Voy usando los recuerdos

para trazar el recorrido,

y en cada cruce de destinos

sólo intento elegir bien.

Y, mientras haya un camino,

¡qué coño!, caminemos pues.

Pensándolo bien, ¿sabe qué?

Que no hace falta que me conteste.

No me cuente aún el final.

No quiero saber cómo es.

Porque si es la vida generosa

y me regala tantos años

como usted ha de tener…

Me imagino a mí misma

en mi trono de madera y rayas,

con mi cetro de los años,

regente sobre la playa.

Y, como ve usted el mundo,

mi reina, algún día,

yo también lo podré ver.

Jessica Gómez - La mujer de al lado ( Libro )


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