No quiero vivir en un país desagradable.


 Aunque siempre hay quien es más culpable de querer romperlo todo, nuestros políticos están bien esmerados en la construcción de un país desagradable.

Todo es hiperbólico, todo es traición. Todos somos fascistas o bolcheviques. Todos se arrogan el derecho de hablar en nombre de todos.
Pero en mi nombre, no.
Yo no quiero una sociedad en la que sus dirigentes no sean capaces de ponerse de acuerdo en asuntos básicos, que insulten al otro con pretendidas superioridades morales, que piensen que cada iniciativa en la que no participen ellos implique el apocalipsis.
Ya llevamos demasiados apocalipsis en pocos años y la sociedad civil sigue ahí, dando ejemplo de saber vivir en paz.
Todo está radicalizado, nadie se escucha. Venga banderas, venga proclamas, venga exclusiones de quien posee la verdad. Se echan en falta debates sosegados donde lo que impere sea el argumento intelectual, no la testosterona.
Es maravilloso asistir a una charla en la que dos oponentes exponen sus ideas y escuchan las del otro. Es motivador cuando se reconocen cualidades en el oponente. Claro que sí, yo no pienso como tú, pero tú también haces cosas bien.
La verdad no la posee nadie. Deberíamos empezar por ahí. No sólo los políticos, tampoco los medios de comunicación y los ciudadanos que retuitean proclamas excluyentes.
Ni siquiera los periodistas y tertulianos aportan calma. Son de un bando o del otro. Cada debate en radio o televisión provoca urticaria y vergüenza ajena. Necesitamos intelectuales que confirmen lo evidente, que entre el blanco y el negro hay grises.
A un país se le quiere cuando se desea la felicidad común, no cuando se ondean banderas de intolerancia.
Querer un país en el que todos piensen como tú es no entender nada, ni amarlo con sinceridad.
No quiero vivir en un país desagradable. Salvador Navarro - Contador de historias fb
(Pintura de Goya)

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